SCOTT WALKER Sings songs from his T.V. series (Philips, 1969)

 

 

En 1968 Scott Walker ya era toda una estrella en Gran Bretaña. Había aterrizado allí, desde su Ohio natal, junto a los Walker Brothers (John Maus, Gary Leeds y él mismo, Noel Scott Engel) en 1965 y bastado un par de discos, «Take it easy  with the Walker Brothers» y«Portrait» en UK, «Introducing the Walker Brothers» y «The sun ain’t gonna shine anymore» en los USA (cosas de las distintas ediciones según el país) para entrar el Top 10 británico e irrumpir en el imaginario colectivo de unos jóvenes hambrientos de ídolos y necesidad de un mundo propio. Aquello sería el comienzo de la construcción del mito en que más tarde se convirtió. Su mezcla -no especialmente novedosa en lo formal- de orquestaciones sinfónicas, tragedias adolescentes y un cancionero que combinaba los éxitos del momento («Love minus zero», «Land of one 1.000 dances», «People get ready», «Dancing in the streets»), con personalísimas aproximaciones a temas más adultos desde el prisma de épicos melodramas adolescentes, ya lo había llevado a la práctica con especial tino Phil Spector a principios de la década. Lo que realmente atraía, hipnotizaba, era esa combinación inusual de vigor y arrebato Wagneriano que emanaba de su música junto con la sensación de imponente y delicada belleza que brotaba de su voz. Ese constante caminar en el alambre a modo de complicada prueba. En principio el transito ineludible entre la obligación y la devoción. A la larga, ya solo exclusiva consagración a aquello último. Una voz en primera instancia engolada, ligeramente afectada, pero que a los cinco segundos de escucharla se tornaba en sincera, en confesional. Una forma de cantar que parecía dirigirse a cada uno de los miembros de su audiencia por separado, sin importarle que ésta fuese cientos, miles. Uno sentía -todavía hoy me ocurre- que cantaban únicamente para él.
 
  Su carrera en solitario había -de manera sorprendente-  despegado con fuerza. Digo sorprendentemente porque esa mezcla de drama, chanson y soledad en formato balada no parecía augurar nada de todo lo que vendría. En su carrera en solitario, todo lo anteriormente aventurado con los Walker Brothers se exacerbó hasta el paroxismo. El vigor musical devino en elegante manierismo. Lo robusto se tornó frágil y viceversa, en una extraña alquimia adictiva y sugerente. Dos discos soberbios, «Scott»(Philips,1967, nº 3) y«Scott 2» (Philips,1968, nº1), le habían encumbrado como poco menos que un Mesías. No solo era un ídolo capaz de humedecer a las jovencitas, sino que los chicos -y no estoy hablando de un mero referente homosexual, que también lo fue- aspiraban a ser como él, vestir como él, sentir como él, en definitiva ser él. La afectación literaria, la  vulnerabilidad emocional, la profundidad y la fragilidad serían, a partir de entonces, cualidades a considerar. Para bien y -¡ay!- también para mal. Tan simple como el uso o el abuso, en el caso de la música que de él surgía,  material de peligrosa manipulación. 
 
Junto a los dos primeros, «Scott 3» (Philips, marzo 1969, nº3) y «Scott 4» (Philips, diciembre 1969) conformarían algo así como los cuatro evangelios del místico romántico en que se había convertido. El Caravaggio del pop. El último de ellos, que ya no conseguiría entrar en listas, fue epilogo de su primera etapa tanto como preludio de la nueva época que estaba por venir.
 
«Siempre me ha gustado el que cantase melodías tan bonitas. Podría haber recitado el menú de cualquier restaurante y habría sonado igualmente atractivo. Y entonces surgían esas cuerdas atonales. Y ese tipo de desamparo. Era psicodélico, pero no usó ninguno de los trucos de la psicodelia. Ya sabes, mientras todo el mundo estaba tomando ácidos en los sesenta, se olvidaban de esas amas de casa que se atiborraban a valiums para poder sobrevivir en los suburbios. Scott Walker fue el Hendrix de esos barrios.»
Julian Cope
 
Imposible de ubicar, de imagen soberbia -atractivo como un Dios griego, elegantemente cool, con un halo de perenne, indefinible misterio- e intérprete desconcertante, todo en él te dejaba descolocado. Para acabar de confirmarlo, a finales de 1968, debido a su éxito, la BBC le encarga seís episodios de un programa de televisión con él de conductor, o mejor, de introductor. Una serie donde rinde tributo de modo íntimo a compositores y amigos, y en cuyo repertorio Philips cree vislumbrar un nuevo y más amplio mercado, sin dejar de relamerse ante lo que intuye como una nueva veta o filón. ¡No podían ni imaginarse lo equivocados que estaban!
 
 Aunque cuentan que todavía hoy reniega de él (de hecho es el único de sus discos no disponible en Cd y sus canciones no suelen aparecer en ninguna de las recopilaciones a su obra dedicadas), ésto puede, cuanto menos, cuestionarse. De acuerdo, no hay hechos probados y aunque es cierto el silencio, cuando no olvido, que pesa sobre él, todo son conjeturas. ¿La mía?. Ahí va. Pienso que decidió adentrarse en un nuevo territorio, probar sus fuerzas y que una vez calibradas (con exitoso resultado) dejarlo a un lado. Ya había exprimido todo el jugo que podía extraerse. Había recorrido en un disco el camino para el que otros necesitan carreras enteras. Se encontró en un callejón sin salida en el que no le apetecía volver a estar, pero una vez allí creo un canón que todavía hoy permanece vigente. Porque parece evidente su aquiescencia, al menos inicial, con el proyecto. Pero en vez de limitarse a ser manejable, a mostrar connivencia con Philips y hacer, de cara al público, como que no sabía, permitiendo publicar al sello un disco con una selección de sus interpretaciones en ese especial televisivo, Scott Walker decide hacerlo, sí, pero a su manera. Esto es, entrar en el estudio y registrar comme il faut, con una gran orquesta dirigida por Peter Knight, doce de las canciones de dicho programa. Su visión del mainstream, la version definitiva. ¿Orgullo profesional?, ¿Un pulso con la industria?, ¿Consigo mismo?. Probablemente todas esas cosas. Y quizás algunas más. Nunca lo sabremos.
 
«…Conmigo tuvo la ocasión de ir tan lejos como quiso. Y lo hizo. A su manera. Y ello le llevó de cabeza a los problemas, pero a la larga fue para bien. Si estabas haciendo algo como lo que hacia Scott Walker en aquella época -y yo estaba allí, ayudándole en todo lo que me pedía- , estabas en medio de un derramamiento de sangre…»
Reg Guest
 
«…Intentabamos ser diferentes. Entre Scott y yo colocábamos una orquesta a la que llamábamos la banda de los Walker Brothers. Teníamos tres pianos, cuatro guitarras, infinidad de instrumentos latinoamericanos, percusiones, el sonido de lo que queríamos que fuesen los Walker Borthers. Y por supuesto funcionaba…»
Ivor Raymonde

 

 
 Todas las canciones son versiones, si así podemos calificarlas, pues son canciones que se convierten en otras una vez pasan por su garganta y su alma, definitivamente ya suyas. De Jerome Kern, de Charles Aznavour, de Kurt Weill, de Antonio Carlos Jobim, de Oscar Hammerstein II… Y aunque algunos las tengan por clásicas y académicas -que lo son, al menos de partida-, su interpretación, su implicación, la sublimación que hacía de ellas, vuelven a hacernos meditar acerca de lo presuntamente menor de ese proyecto. Me parece del todo improbable, casi imposible, llegar a tal grado de encantamiento y perfección sin estar completamente implicado. Aunque uno sea, como es su caso, un genio tocado por la mano de Dios.
 
Sin trazos de rock ni vestigios pop, como un fantasmal solista en la oscuridad y la desolación de las ruinas, el disco parece querer ser una especie de inmersión a pulmón libre en el reglamentado mundo de los crooners y por ende del mainstream; Engelbert Humperdinck, Andy Williams, un maduro Sinatra. Nada más lejos de la realidad. Lo que Scott Walker nos entrega es una especie de decodificación de un género -un género a menudo sin sangre,  por lo general medio moribundo, aunque cuando sobrevive sea capaz de ser imbatible coda vital- para acto seguido trascenderlo, hacerlo otro. Disimular sus arrugas, enmascarar sus mil veces repuntadas costuras, y ofrecernos un ejercicio aparentemente formalista, entre lo litúrgico y lo místico, sangrante en su panorámica descripción de la condición humana, en contraposición con la hagiografía del instante que habitualmente se suele ilustrar en esos proyectos.

 

No tan lejos de la obsesión por la pureza que habita en su mencionado cuarteto mágico, el repertorio de «Sings song from his T.V. series», -un viaje por el cancionero  universal-, deja diáfanas sus señas de identidad. «The look of love» es otra pieza imperecedera de Bacharach/David (de quienes ya habían hecho los Walker Brothers una fastuosa interpretación del «Make it easy on yourself»), una celebración de la soledad, pero no como algo conmiserativo sino como una exaltación casi gozosa de la visión de lo inalcanzable. Lo mismo ocurre con «Who will take my place» («Qui prendra ma place», Charles Aznavour / Herbert Kretzmer), una lúcida reflexión acerca del lamento del adiós, del recuerdo del ser amado, idealizado, dolorosamente feliz en los brazos de otro. Flagelación sentimental, la máxima muestra del amor -darse y no pedir- y también una apología de un cierto masoquismo emocional. Curiosamente ambas formarían parte del repertorio de la inmensa Dusty Springfield, a quién este disco en ocasiones me suele remitir.

 
«Someone to light up my fire» («Se todos fossem iguais a você», A.C.Jobim / Vinicius de Moraes) continua, en este caso a partir de un clásico brasileño, la senda de un amor hemofílico. Un amor que corre jubiloso y vivo entre sus venas, para acto seguido escurrirse, desaparecer entre sus manos, tras la menor herida o inconveniente. La esperanza de encontrar al presunto ser amado, alguien desconocido, tal vez irreal, idealizado sin duda, pero con quién sueña vivir una felicidad que, sabiendo imposible, celebra y rememora. «Only the young» es una evocadora recapitulación acerca de la juventud perdida, la que solo permanece, caso de hacerlo, en el amor, antes rememoración que recuerdo, arcano inalcanzable,  sueño inaprensible. 


Aún hay más. Musical tetralogía cósmica de denso aparato y fluido devenir; Arreglos de cuerda carnosos, guitarra susurrante, un crescendo arrebatador (algo por lo que mataría Rufus Wainwright) en «The impossible dream». Kurt Weill espacial, Sinatra on my mind en «Lost in the stars». Sueños mecidos por el deseo en una tenue bossanova como «I have dreamed». Luces de Broadway, putas y borrachos en el Soho, neones y lluvia, cómo no, de la mano de Jerome Kern en «The song is you». 
 

Todos los registros del mainstream, todos los palos del entertainer vistos desde fuera, como en un travelling de un mundo que se abandona. La celebración de lo único a partir de lo común. Una demostración de poderío y de personalidad. También de cabezonería y de sensibilidad.  Algo así como llegar a un lugar, mostrar su talento y a continuación, guardado ya para siempre, proclamar: «Todo ésto soy capaz de hacer. Y ahora que lo he demostrado, que lo habéis escuchado, sabed que ya no me interesa. Que no lo volveré a hacer. Jamás».

«…Creo que Scott Engel tomó una decisión -una muy valiente- hace ya mucho tiempo. Eligió, de manera deliberada y muy consciente, entre la fama, ser propiedad pública y la calidad de vida. Eso era algo mucho más importante para él. Si vuelve, será bajo sus términos o no lo hará…»

Keith Altham
 
 
Proximamente los Walker Brothers en los setenta. «Lines», «No regrets» y «Night flies»
 

6 comentarios sobre “SCOTT WALKER Sings songs from his T.V. series (Philips, 1969)

  1. ¿Qué puedo decir? No sólo ha cumplido su palabra a velocidad supersónica, sino que además ha acertado con el único disco de Scott que no tengo. Bueno, el único no, pero casí.

    Obrigado.

    Ah, el link de «only the young» está malito.

    Me gusta

  2. Hi there,
    Yes, you're right. I've just listened again the album and, surprisingly -or maybe not-that seems to be a record mistake. In my copy It's credited as «will you still be mine» and the one which really sounds is,in fact,» The lights of Cincinatti». (wich i remember by Long John Baldry)

    I could talk with some friends who also own the Lp in order to check if the mistake is just with my copy or with the entire spanish edition.

    My apologies.:)

    X

    Me gusta

  3. Your copy may be worth even more than a normal copy if that is so!

    Strangely enough I had Will You Still Be Mine on a UK release of the Scott 3 album (on cassette and sadly eaten up long ago).
    It's the one song I just can't track down anywhere on any release. It's one of my favourite songs of his so if you hear anywhere I can obtain it I'd be grateful if you could let me know,
    Cheers x

    Me gusta

Deja un comentario