BOBBY WOMACK Lookin’ for a love again (UA, 1974)

Lookin’for a love again (J.W. Alexander / Z. Samuels)
I don’t wanna be hurt by your love again ( B. Womack / E. Evans)
Doing it my way (B. Womack)
Let it hang out (B. Womack)
Point of no return (J. Ford)
You’re welcome, stop on by (B. Womack / T. Thomas)
You’re messing uo a good thing (C. Ivey / T. Woddford / F. Johnson)
Don’t let me down (T. Thomas)
Copper kettle (A. F. Beddoe)
There’s one thing that beats failing (B. Womack / T. Thomas)

A principios de 1974 la vida parece sonreirle por fin a Bobby Womack. Looking For a Love -la canción, una nueva versión de la que ya grabó diez años atrás junto a sus hermanos, cuando aún militaba en The Valentinos– llega al número 1 en las listas de R&B del Billboard y al álbum donde está incluida parece abrírsele una muy fructífera carrera comercial.
 Lleva en el negocio desde 1952. Desde los ocho años es miembro de Curtis Womack and the Womack Brothers (embrión de los futuros The Valentinos) banda de Gospel formada junto a sus hermanos en su Cleveland natal. En 1956, Sam Cooke, de gira por Ohio con su banda, los Soul Stirrers, los descubre y queda impresionado. Promete ayudarles en cuanto pueda. Dos años más tarde, ya una estrella, cumple lo prometido y los ficha para su sello SAR Records. Graban allí un par de sencillos que pasaran sin pena ni gloria. Cooke les aconseja que dejen de lado lo religioso, que lo tiempos ya son otros, que aparquen el gospel y se pasen a lo profano, al Do-wop, al Soul vocal. Toman nota y se rebautizan como The Valentinos para inmediatamente después pasar el liderazgo de Curtis a manos de Bobby. Con nuevo gallo en el corral publican la canción que será su primer éxito, Lookin’ for a love. Una estupenda pieza de soul sincopado, jovial y vigoroso, mecida por un ritmo jamaicano.
 
 
Mientras tanto, Bobby compagina a The Valentinos con su labor como guitarrista de la banda de Sam Cooke. Será por poco tiempo. En sus ratos libres compone It’s All Over Now, canción de la que se enamorarían los Rolling Stones. Los chicos blancos la graban a la vez que los Valentinos y se convierte en su primer éxito en los USA. 
 
 Pero todo se detiene de repente. En 1964 Sam Cooke es asesinado y nadie de su entorno sabe muy bien hacia donde dirigirse. Ha sido faro y guía, gurú y espejo en el que mirarse. Para terminar de arreglarlo, Bobby, que por entonces tiene 21 años, se casa poco después con Barbara Campbell, la viuda de Cooke, ocho años mayor que él. Las murmuraciones y habladurías son inevitables: Los fans se molestan y ciertos rumores en la prensa y en los corrillos musicales no le dejan en buen lugar. Ese mismo año, en 1965, abandona definitivamente a los Valentinos e inicia su carrera en solitario. Graba su primer single para un sello diminuto, Him records y los dos siguientes para la subsidiaria de Chess Records, Checker. Conocido como el tipo que se casó con la mujer de Sam Cooke se convierte en poco menos que un apestado, los Dj no radian sus discos y estos pasan totalmente desapercibidos. Para subsistir tiene que dedicarse a trabajar a jornada completa como guitarrista de sesión, instrumento del que es un virtuoso y, desesperado, decide reunir de nuevo a los Valentinos.
 

 Su carrera parece querer resurgir. Graba y gira con Aretha Franklin (La mayoría de las guitarras del soberbio Lady Soul serán suyas, excepto, curiosamente, las del mega éxito Chain of Fools, tocadas por Jimmy Johnson y Joe South) y escribe canciones para Wilson Pickett  (la conmovedora I’m in Love, la briosa y elegante Midnight Mover). Entabla relación profesional -y en algunos casos personal, de amistad- con el quién es quién de los estudios Muscle Shoals de Alabama: con Spooner Oldham, con Jimmy Johnson, con Tommy Cogbill, con Roger Hawkins, con King Curtis y Seldon Powell, con las Sweet Inspirations o con las hermanas de Aretha, Carolyn y Erma.

  Pese a todo lo que parece adivinarse en el horizonte, continua ejerciendo como musico de sesión. Su primer Lp (Fly Me to the Moon, Mint records) contiene una versión majestuosa del clásico California Dreamin. Será un éxito relativo que le deja medio colocado en lo que parece ser la puerta de entrada al éxito. Le siguen discos como Understanding, Facts of life o el tema principal homónimo de la película Across 11th Street -ahora sí, venga, va, lo que parece ser el pistoletazo definitivo en la carrera de la fama- hasta llegar a Lookin’ For a Love Again, su primer disco en una major, United Artists, con quienes ha firmado en 1973.
 

  En Lookin’ For a Love Again todo es a lo grande. Grabado en los Muscle Shoals y producido por él mismo, la relación de músicos que participan es impresionante: Barry Beckett al piano, Jimmy Johnson a la guitarra eléctrica, Roger Hawkins en la batería y David Hood al bajo como banda fija, más colaboraciones de Truman Thomas, Tippy Armstrong, Rhino Reinhardt y la sección de viento de los estudios Muscle Shoals. Por supuesto sus cuatro hermanos (Curtis, Cecil, Harry y Friendly Jr) participan en los coros. 

 Cinco de las diez canciones (además de la regrabación del clásico de los Valentinos, firmada por James Alexander y Zelda Samuels, ahora en clave Southern Soul, luminosa y suplicante, con el Laidback pegado a cada una de sus notas) son suyas. Dos firmadas completamente por él (la elegante balada Doin’ it My Way, puro soul sedoso y la vigorosa Let it Hang Out, elocuente Swamp soul con el órgano y los pianos de Barry Beckett cosiéndola de arriba a abajo mientras que Jimmy Johnson se despendola a la guitarra. Dos más las firmará con su amigo Truman Thomas (la muy Phillie Sound You’re Welcome, Stop on By y la que cierra el disco There’s One Thing That Beats Failing, una nueva vuelta de tuerca al Southern Sound, mientras mira de frente esta vez al Country and Western). La quinta y última quizás sea mi favorita de la terna, I Don’t Wanna Be Hurt by Your Love Again, la perfección hecha canción: la guitarra casi pellizcada que la abre, los vientos que la abrigan, el piano sutil, su Mmmmm inicial antes de dar paso a su voz rota y plena a la vez, milagro que en él, sí, lo juro, es posible. Todo enmarcado en un alegato del amante cansado, harto de ser engañado una y otra vez. Un dramón de una elegancia y fragilidad a punto de romperse y que finalmente refulge entera, digna, mientras que los coros femeninos parecen querer sustentar la declaración que proclama.

Pero hay más, mucho más. Su versión de la formidable canción de su amigo Jim Ford, Point of No Return (cuyo disco fue reeditado por el sello Light in the Attic hace dos o tres años), es, en apariencia, una más de esas canciones sobre las encrucijadas del amor, una de esas que tan banales -mejor dicho, normales- parecen en otros y que cuando se hacen comme il faut permanecen grabadas a sangre y fuego en la memoria, unas veces como sustrato de la melancolía y otras, las mejores, como retrato del alma.

La fiesta continua. Don’t Let me Down es el reverso de There’s One Thing That Beats Falling. Soul Funk del pantano, ahora con el Flow irresistible que le confieren los apenas imperceptibles arreglos de cuerda. Firmada por Truman Thomas subyace en ella un aire urbanita, callejero, en cierto punto macarra, sin por ello dejar de rezumar la clase a él inherente. Copper Kittle, una canción de Albert Frank Beddoe, ya la había hecho Joan Baez antes de que Dylan la incluyese en Self Portrait. Bobby la dota de una atmósfera de Country & Soul sofisticado, con el banjo y las cuerdas emergiendo entre una sosegada reflexión sobre la infancia, las penurias y la melancolía, ribeteada por su scat final, que parece querer restarle dramatismo.

 Queda, ya termino, una más. ¡Y vaya canción!: You’re Messing Up a Good Thing tiene un título premonitorio. Ya desde su enunciado parece advertirnos de que no debemos perdernos algo grande, enorme. Una producción perdida de los Muscle Shoals firmada por Clifton Ivey y Thomas Woodford para Heywood Cash, hermosísima, ligera en apariencia pero de una carga de profundidad incalculable, escondida en una cara B, aquí se transforma en algo que, en verdad, alivia el alma. El júbilo, el enamoramiento, la futilidad y volubilidad de los sentimientos acomodados entre una pieza casi Northern Soul. Una especie de combinación, en las justas y exactas proporciones, de la garra del Southern Soul, la gracilidad del Philly Sound y la elegancia del Modern Soul. Toda ella sustentada en su voz. Una voz ajustada, perfecta, capaz de recorrer los distintos estados del alma sin por ello resultar exagerada, amanerada u obsesiva. Siendo unas veces lacerante, otras sutil y siempre elegante, propia.