SESIÓN DE TARDE. "Il sorpasso" (Dino Risi, 1962)

  La otra noche volvimos a ver y a disfrutar enormemente de Il Sorpasso (La Escapada en España) del gran  Dino Risi. Uno, durante años dedicado en aprender cosas inútiles, la recordaba de otra manera, pura alegría de vivir, sin percibir la amargura subterránea que subyace en ella, algo sin duda debido a la visión rápida e inatenta que se suele dedicar a las cosas cuando se tienen poco más de veinte años. Entiéndanme, no estoy afirmando que con el tiempo haya conseguido eliminar ese barniz de superficialidad que para siempre será marca de la casa, sino más bien que la vida y sus circunstancias han conseguido que, aunque levemente, cale en mi una mínima perspicacia. Para A. y Pepe, según pude comprobar, resultó ser todo un descubrimiento. Habituado a que me den cien vueltas en casi todo (especialmente ella, lo de él es mera cuestión de tiempo) me sentí dichoso y halagado, algo así como el anfitrión que ofrece digna mesa y mantel, compañía sincera y conversación amena. Y claro, tras digerirla un tiempo, hablamos de ella en los días sucesivos. 
  La trama es, más o menos, la siguiente: Bruno (Vittorio Gassman), un vividor vitalista, sinvergüenza y embaucador, detiene su Lancia Aurelia Sport en pleno Ferragosto romano a las puertas de la casa de Roberto (Jean Louis Trintignant) joven estudiante, apocado, introvertido e ingenuo, que está preparando su examen de derecho romano para septiembre. La ciudad se halla desierta en pleno puente de agosto y Bruno necesita hacer una llamada telefónica. Desde ese mismo instante en que se autoinvita a subir al apartamento de Roberto, comenzará a una aventura de dos días de duración, en la que los papeles de ambos irán tomando algo del otro, convirtiéndose en un viaje catártico de sorprendente desenlace.
  Crónica agridulce de tiempos de cambio. De cambios supersónicos para ser exactos, donde los extremos forman sociedad imposible. Por un lado la celebración del crecimiento económico, las ganas de dejar atrás a la miseria y por otro la forzada imposición, más que el triunfo natural, de la modernidad y las cargas que ésta conlleva: Ciudades desiertas y éxodo vacacional por decreto. El ocio instaurado como un ídolo al que adorar, obligación de declarar el placer antes que ejercer su disfrute íntimo. El cambio en las relaciones personales, el automóvil y las vacaciones como símbolo de estatus y visibilidad social. Fresco de una nueva sociedad que necesita olvidar y que no piensa detenerse ni un solo instante en lamentar, ni tan siquiera recordar, un pasado duro, hostil, cuando no funesto, donde la miseria y las penurias campaban a sus anchas. Sin adivinar siquiera que otras distintas, en ocasiones igual de duras, iban a aparecer para quedarse. Asistimos un viaje -tanto literal como figurado- hacia los peajes de la vida. Un viaje que parte de Roma hasta llegar a Castiglioncello, en la costa Toscana. Por un lado se nos muestran los retales de una vida, la de Bruno, en apariencia refulgente, la cual, conforme avanza el metraje, se nos muestra vida a secas, mucho menos atractiva en sus recovecos que lo que a simple vista parece, jalonada de descaro y alegría de vivir, pero también tamizada por una realidad oculta de la que pretende escapar y que siempre estará ahí. La ligereza de la seducción acaba por ser losa y embaucamiento ante la realidad. Por otro lado Roberto. Su supuesta amada, una Valeria a la que nunca vemos, completamente ignorante de sus anhelos y deseos, con la que solo se ha cruzado un par de veces sin atreverse siquiera a dirigirle la palabra, en principio Mcguffin y finalmente motor y desencadenante de la tragedia. Ficcional idealizada hasta los recuerdos de su infancia y adolescencia en la Villa de sus tíos: El criado amanerado, su primo miserable y especulador, el affaire de su tía con el administrador… cerrada la estampa con ese plano maravilloso de la tía soltera viendo desde la ventana como se marchan, volviendo a recogerse el cabello en un discreto moño, sirviendo ese acto rutinario y natural como fotografía de la realidad. Consciente de que la realidad sólo puede ser una y el resto efímeros sueños.
 Y cuánto me gusta la mirada de Risi, evitando despellejar a los personajes, sin embellecerlos ni revestirlos de falsedad y ornamento, al contrario, tratándolos con un cierto cariño, evitando juzgarlos con puritana severidad ante lo atónito de esa nueva era de cambios: Bruno, adalid del ciudadano moderno, aparece paulatinamente ante nuestros ojos como un Sísifo humano sobre cuyos hombros descansan las servidumbres de esa nueva época. Lo que en un principio nos atrae de él, esa manera despreocupada de afrontar la vida sin mirar nunca atrás, comiéndosela a bocados, poco a poco va tomando otro cariz, hasta aparecer la terca realidad que borra la seductora fachada y mostrándonos las dobleces de un hombre débil y perdido: El servilismo ante el poderoso, el chantaje sentimental, la cobardía y el egoísmo como principios o la extraña relación con su hija, una jovencísima Catherine Spaak. 
Fue la primera película italiana que incluyó en su banda sonora las canciones pop italianas del momento (Eduardo Vianello, Peppino di Capri, Emilio Pericoli, Miranda Martino, Domenico Modugno, etc). Impagable, por cierto, tanto el cartel con la fotografía de B.B. y la leyenda Sei prudente, a casa ti aspetto io como el sistema de sonido en el Lancia Aurelia Sport descapotable de Gassman; un comediscos integrado en el salpicadero. 
He decidido incluir algunas de ellas, más otras que creo que encajarían perfectamente. Al fin y al cabo esto no pretende ser otra cosa que un refugio de soledades mecidas por viejos discos.