Aventuras y desventuras de alguien que busca discos. (I)

 
 
 
 
 
 

 

Hace ya mucho, demasiado tiempo, cuando tenía nueve o diez años, yendo sólo al colegio sin la compañía habitual de mi hermano -y no recuerdo ahora a qué era eso debido- me sucedió algo extraordinario; Me topé con un billete de mil pesetas. Estamos hablando de mediados los años setenta. El festín fue de esos que no se olvidan jamás. Tebeos, visitas a los billares con dinero de verdad en los bolsillos, mi primera aproximación con los cigarrillos más allá de algún hurto ocasional -y de experiencia caótica- a la cajetilla de tabaco de mi madre y, cómo olvidarlo, el primer disco que adquirí. Recuerdo que fue en Electrodomésticos Toledo, una tienda de mi pueblo. Sí, entonces se vendían discos en esas tiendas. Sobra confesar que durante el resto del curso recorrí el mismo e idéntico trayecto durante cada uno de los días, con la esperanza de que la fortuna volviese a cruzarse en mi camino, incluso cuando los amigos tomaban otro. Nunca más lo hizo. No al menos de esa forma. Imagino que esa manera de comportarse es una de esas cosas que configuran mi carácter; Constante y hasta obsesivo con lo que realidad me importa. Distraído, incluso abobado, con lo que nos da un poco igual.

 

 

 

Hace bastante menos tiempo -en cualquier caso demasiado también- recibí una llamada de un proveedor extranjero hablándome de algo serio. Es conocido entre los que acumulamos discos el carácter mítico de esa frase para, por lo general, pasar a convertirse en algo más prosaico y terrenal. Era áquel, todavía es, un tipo que vive en otra dimensión y al que nunca hay que hacerle más caso del necesario. Pero tampoco es conveniente ignorarlo. Como ya conté, uno es como es. No era la primera vez, me había hecho llamadas de ese tipo anteriormente, y también me las haría después, con desigual fortuna. Aunque entonces, todavía no sé bien por qué, un pálpito me volteó el corazón. Acompañado de un gran amigo nos embarcamos en el avión, consolándonos acaso en la visita a una ciudad tan hermosa. Una visita que al menos merecería el viaje si toda aquella primera empresa no fuese más que vana ilusión.

 

 

 

Acababa de traspasar su local, una tienda de discos sita en un barrio céntrico y de creciente valor inmobiliario. El precio de su alquiler era cada vez más caro, la edad del inquilino creciente y la oferta por el traspaso jugosa. Me contó que tenía una serie de discos –grosse piéces– dispuestos a ser vendidos. Extravagante y peculiar, quedamos en una brasserie de la Rue Rivoli un sábado a las diez de la mañana. Mi amigo, más ducho que uno y también más sabio, se mostraba un tanto escéptico. Tenía muchas más batallas a sus espaldas y tal vez fuese más realista. Cuando llegamos allí, nuestro hombre estaba sentado en una mesa, trasegando su segunda o tercera copa de beaujolais. Estaba achispado, su estado natural, paso previó a la felicidad -que a veces, muchas, se tornaba grosería- etílica en la que solía desenvolverse. A su lado había un carrito de esos que empleamos para ir al mercado repleto de bolsas con singles. Comenzamos a escarbar, siempre tras su indicación y con aparente tranquilidad, disimulando el nerviosismo. El panorama que resultó de esa primera inspección fue del todo desolador. Material de tercera o cuarta, de ese que encuentras a granel en las orillas del río o los puestos más descabalgados de las pulgas. En cuanto terminamos de verlo -porque el ritual, la disciplina y la esperanza exige mirarlo todo- pensamos que aquello había terminado nada más comenzar. Disponíamos a marchar cuando nos dijo que había más. No podía acarrear más que un carro y como vivía cerca había decidido traérnoslo por etapas. Prefería eso a que fuésemos nosotros a verlos a su casa. Problemas de contabilidad doméstica con su señora, el arte de la media verdad, intuí.

 

  

 

 A los quince minutos volvió con otra entrega. Era un poquito mejor -asunto nada difícil por otra parte- pero continuaba siendo desalentadora. Rescatamos cuatro o cinco piececillas. Le invitamos a otra copa. Volvió a marcharse a por otra remesa. Cuando regresó y comenzó de nuevo con la liturgia, allí estaban, esperándonos. El Santo Grial, la biblioteca de Alejandría, el tesoro de Ali Babá relucía ante nuestros ojos. Unas trescientas o cuatrocientas piezas, de esas por las que uno estaría dispuesto a caminar de rodillas entre un sendero de brasas ardientes sin inmutarse. Quién esté poseído por la fiebre conocerá de sobra la sensación. Lo supimos con solo ver el primer puñado de singles. Al instante, impelidos todos por un resorte invisible pero muy cierto, comenzó la representación de la comedia. Soplidos de pretendida desgana, comentarios acerca del estado, que si tome vous otra copa de Beaujolais, que qué caros que nos habían costado los billetes de avión. «Mozo, acérquenos si acaso la botella». Cambios de conversación que distrajesen el verdadero interés, «Éste ya lo tengo» (mentira), salgamos a fumar un cigarrillo. «Oiga, esta portada tiene escrituras en el dorso», chungo. «Roger; ¿Le apetece un Calvá?»… que si patatín, que si patatán. Aquello había que verlo para creerlo. Prácticamente, nos dijimos con la mirada, el ochenta por ciento de esa remesa se tenía que quedar en nuestro poder como fuese. Habían verdaderas piezas. Cotizadísimas y muy difíciles de conseguir por separado, imagínense en un conjunto. Dentro del negociado 60s beat, que es del que hoy trataré, cosas impepinables tales como Creation, What’s New, Barbarians, Other Half, The Montanas, Pink Floyd, The Liverpool Five, Artwoods, Small Faces, Beatstalkers, Motions, etcétera, etcétera. A su lado, una serie de discos de esos medianos en cuanto a precio pero excelsos en su valor. Discos que afortunadamente hoy ya descansan en nuestras casas; Eps de Kinks, Who, Jimi Hendrix, The Zombies, The Mojo men,  Bob Dylan, The Pretty Things, The V.I.P.’s, Them, Standells, The Beau Brummels, Jefferson airplane, Jay K, The Lovin Spoonful, Electric Prunes, Music Machine, Count Five, Yardbirds, Kim Fowley…  Dejaré para próximas narraciones lo referente al soul y sus derivados (Early soul, northern, rock and roll, Soul, etc), música francesa y soundtracks. Porque esa era otra. Casi todos ellos Eps franceses enfundados en sus maravillosas -y únicas- portadas. En un estado por lo general que oscilaba entre el VG+ y el EX, llegando alguno incluso prácticamente al Mint. Y lo que no eran Eps, y siempre con un estado de conservación similar, eran preciosos singles de edición francesa. Aunque ésto ya es literatura y en absoluto constatable, parecía la colección de algún sujeto con gusto considerable al que un tipo como él, tendero y vacía pisos, le había echado el guante en otro avatar más de la fortuna.

 

 

Una vez terminada la comedia, sofocados sólo en parte los nervios y con los discos escogidos en nuestro poder, procedía ajustar el precio. Aquello fue realmente divertido, tanto su planteamiento como su desarrollo, y claro, su desenlace. Ríanse ustedes del mejor elenco de la Comédie-Française. He de reconocer que llevaba conmigo a un socio ducho en el arte de la esgrima fenicia y uno, aunque más modesto, también contaba con horas de práctica y una cierta querencia por el comercio, algo consustancial a su profesión. Comenzó el tira y afloja con toda la ceremonia que eso conlleva. Media hora larga más tarde, una vez terminado el cambalache, se procedió al pago. El caballero ofertante llevaba ya una cocida importante, lo cual, y dicho sea en su honor, no era óbice para que no supiese muy bien por donde pisaba. En cualquier caso, lo verdaderamente gracioso fue el acto en sí. Obviamente se satisfizo en moneda de curso legal, o sea, billetes, allí en medio de la Brasserie. Era ya cerca de la una del mediodía y lo que había sido un refugio para la noisette de furtivos enamorados o lugar de asueto para estudiantes, se había tornado en posada para el almuerzo de oficinistas. Al estar además en un céntrico lugar, muy próximo a la estación de Saint Paul, en las mesas, además de la clientela habitual, había una variada representación turística. Trasegamos allí los bienes ante la mirada atónita del público y el acendrado espíritu del trueque de ambas partes, mostrándose espléndido -billete arriba, billete abajo- la porfía de un último descuento. Los camareros debían sin duda conocer al sujeto -o bien eran dechado de discreción- pues se mostraron en todo momento de lo más inalterables. No ocurrió lo mismo con las mesas vecinas. Sospecha uno que, con razón, debieron pensar en estar asistiendo o bien a alguna transacción de sustancias estupefacientes o bien a los recovecos de un negocio de trata de blancas.También cabía la posibilidad de que sus sospechas fuesen más encaminadas a ser testigos del acto de contratación desesperado de un destartalado sicario. Vayan ustedes a saber.

 

 

No diré nada de la suma pagada. Comprenderán que no viene al caso, que ni tan siquiera sea elegante mencionarla. Tan sólo diré que hubiese pagado, sin dudarlo lo más mínimo, el doble de lo que pedía en caso de no quedarme otra, aunque también he de reconocer que negocié sin descanso que no sobrepasase la mitad.

 

De vuelta al apartamento, con los discos en mis manos, contemplándolos y pinchándolos, me inundó mi habitual vena melancólica. Y me acorde de algo que permanecía oculto en mi memoria. Así como en aquella ocasión, cuando contaba doce o trece años, repetí los mismos pasos, persiguiendo ingenuamente que el hallazgo sucediese de nuevo -sin advertir entonces que no era más que eso, hallazgo y fortuna, quizás azar- casi treinta años después sucedió de nuevo. Todavía hoy sigo expectante ante cualquier señal o atisbo que me regale la diosa fortuna, sea esta mera intuición, deseo o certeza. Sé que aquello que viví en mitad de una Brasserie parisina puede ocurrir mañana, dentro de un año o tal vez nunca. Pero seguiré esperando, seguiré buscando, seguiré escuchando. Por si las moscas.

12 comentarios sobre “Aventuras y desventuras de alguien que busca discos. (I)

  1. Uy, pues ya lo siento. Ni es exhibicionismo ni un concurso por ver quién la tiene más grande. Tan sólo quería hablar de la tenacidad, la fortuna y la esperanza. De una manera de circular por la vida. De ésta y también de sus cosas.
    Un saludo R.

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  2. Don, quería decir que me he mareado viendo el botín conseguido. Vamos, algo parecido al Síndrome de Stendhal.

    Lo que ud. ha contado es algo que algunos (por diversas causas) sólo soñamos. En ningún caso me ha parecido exhibicionismo ni chulería, de hecho me parece un millón de veces más bonito que comprar cualquier cosa por ebay.

    Por cierto, el otro ep francés de The What's New (early morning rain) es igual de bueno, o se reducen al Up So High?

    Saludos.

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  3. Una curiosidad que, en realidad, no viene a cuento.
    En la contraportada del Ep de los Who, la banda posa delante de un cartel que reza «Primitive London».

    Primitive London fue una peli británica de 1965 con cierta vocación mondo (y que forma un díptico con London In The Raw, realizada un año antes). Llena de desnudos (nuddies, en realidad. Topless apenas. Bailarinas de burlesque y potenciales modelos de Harrison Marks) encantadores y con un aire perverso y agresivo que hoy día resulta de una ingenuidad desarmante (y perfectamente programable en horario infantil en la tele, ejem).

    No conocía la foto de los Who, pero estos cierres de círculo me encantan, jejeje.

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  4. No tenía ni idea Maese. A mi me siempre me ha hecho mucha gracia esa fotografía. Lo airado y desafiante de las miradas, la irreverente juventud en su máximo apogeo. Y la leyenda «Primitive london» me parecía pintiparada con esa imagen.

    Ahora que sé lo que tan generosamente comparte todavía me gusta más.

    Muchas gracias por el comentario.

    X.

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  5. Pues, eso, lo que decía, aun sin profundizar mucho, una historia más que bien contada, excelente. Un lujo de viaje y oportunidades. Gracias.

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