QUIRBY Banda Sonora original
TARA Somebody
QUIRBY Banda Sonora original
TARA Somebody
A los que por aquí suelen pasarse no creo que les sorprenda o moleste este nuevo estropicio. Les hago ya curados de espanto. En cualquier caso vayan mis excusas por adelantado. Comienzo – continuo sería más pertinente ya que uno siempre acaba hablando de lo mismo- una nueva saga en el estudiodelsonidoesnob denominada Mis películas imaginarias. Una saga (Vaya, qué presuntuoso me ha quedado éso, un serial o un folletín tal vez fuese mas ajustado) que no es más que, insisto de nuevo, un juego. Un juego, faltaría más, siempre atornillado en lo musical como no podría ser de otra manera. De hecho sustentado en ello de manera -para mi- indeleble. Películas que me gustaría haber visto o que podrían haber sido. Por supuesto que aderezadas con un listado de canciones o músicas a modo de playlist que en mi ingenuidad y ensoñación considero apropiadas para la temática por mi tan burdamente urdida. Es también posible que estas (las canciones, la película, ambas cosas) les recuerden a algo. No seré yo el que les lleve la contraria, en absoluto. Porque al final no hay recuerdos sino rememoranza difusa, más o menos embellecida con el paso del tiempo, de éstos y también de nosotros.
Voy pues con el capítulo primero de dicho serial.
«Ophis le serpentaire» a.k.a. «Les fantômes du pére lachaise», 1980.
Director: Dario Argento
Intérpretes: Cheri Caffaro, Cindy Lindberg, Leigh McCloskey
Banda Sonora: The National Gallery, Lubos Fischer, Lara Saint Paul, Yan Tregger, Jean Pierre Mireuze, Nino Ferrer, Jean Pierre Kalfon, Purple Heart, Laurent Petitgirard, Joshua Davis, Vincent Gemigniani, Roy Budd, William S. Fischer, Charles Dumont, Stelvio Cipriani, Christine Carter, The Mad doctors, Truck, Armando Trovajoli, MArta Kubisova, Karl Heinz Schaffer, Nancy Holloway et Daniel Janin, Janet Pidoux, Julio Mengod, Nathaniel Merryweather.
Sus investigaciones se hallan ya en estado avanzado. Con la excusa ante el gobierno de preservar unos centenares de futuras madres con las que experimentar el antídoto, Polidori ha creado cámaras aisladas del mundo, ocultas en criptas subterráneas de cinco camposantos: Highgate en Londres, El romano Cimitero degli Inglese, El Stary Zidovsky Hrbitov o cementerio judío de Praga, el cementerio de Luarca y, la más grande cripta de todas, desde donde opera y experimenta, Pére Lachaise, en París. Es allí donde acontecerá la, como él la llama en sus escritos, refundación genética.
Algunos hombres prominentes (empresarios millonarios, intelectuales e ideólogos adictos al régimen, militares de altísima graduación) pugnan y medran para que sean sus hijas las elegidas. Diana (Cindy Lindberg), una joven de doce años, primogénita del comisionado para la educación de la juventud y selección de la raza, es una de ellas. Muy a su pesar, todavía niña y en gran parte ajena a lo que sucede, accede al estatus de elegida e ingresa en Pére Lachaise. Como todas las elegidas, la niña lo hace junto a una preceptora –Adele (Cheri Caffaro)- que es como son llamadas aquellas mujeres que no pueden procrear y que por tanto sobreviven.
Una vez ingresada en la cripta los extraños sucesos comienzan a acontecer de una manera incontrolable; deformaciones progresivas, vampirismo lésbico, canibalismo litúrgico, desapariciones y cambios físicos…
…¡Acción!…
Blancos intentando sonar negros que suenan blancos, consecuencia del terremoto Motown. Eso, en esencia y de manera muy escueta, sería lo que viene a llamarse Blue Eyed Soul. Algunos dirán, de manera atinada, que eso siempre ha sido así, ya desde tiempos del Rock &Roll; La manera de vestir con un ropaje presentrable algo que en principio se salía de la norma. No me queda otra que asentir, intentaré entonces ser un poco más conciso: Blancos, de vertiente eminentemente Pop, con inclinación a incorporar de una manera aceptable las raíces en su música. Raices, obviamente, negras. De una manera más o menos sincera, de acuerdo, a menudo atemperada por la dulcificación. Pero con ecos y resonancias que no pueden enmascarar su procedencia.
Blancos, níveos incluso, especímenes atrapados por el espíritu del Rhythm & Blues, espoleados por el fenómeno Motown, por su sonido. También, en menor medida, por el Southern Sound manufacturado en Stax, acaso un sello con reminiscencias más puras (o, quizás mejor dicho, más difícil de enmascarar su origen), de un ímpetu estratégico con ambición de trascendencia y facturación, con la pretensión inequívoca de triunfar en un negocio gobernado por los blancos. Blancos, claro, dando su particular versión de la vertiente más amable del Soul, esa atornillada al Pop, de una ligereza natural e inmediata, cierto, pero también de insoslayable hondura. Un aspecto éste, el Pop, quizás el único camino por donde podían meterle mano y salir más o menos airosos del envite si tienes el cabello liso y los ojos claros.
Por supuesto, también había voces enormes, de profuso andamiaje estilístico y variados referentes Préstamos de aquí y de allá, del Southern Soul, del Beat más o menos militante, del Pop más abigarrado… Un escalón más en ese concepto tan antipático llamado mestizaje. Alquimia tan sugerente cuando se hace de manera acertada como molesta, fallida, si los ingredientes aportados no se combinaban en las dosis apropiadas. Talentos descomunales que podían -no siempre, desgraciadamente- sostenerle la mirada a sus venerados modelos. En ocasiones cincelados por la melodía definitiva, otras por la lírica más adictiva, generalmente por voces que jamás pensamos capaces de brotar de esas gargantas. Blancos que sin pretenderlo ni advertirlo quizás hicieron más por la integración racial que los más bienintencionados activistas, llevando esas epístolas sonoras de tres minutos escasos, conformadas por toboganes emocionenales, melodías irresistibles e instrumentaciones lujuriosas hasta el más humilde de los hogares.
Blancos en definitiva que homenajearían involuntariamente a la negritud disfrazándola de accesibilidad, dotándola de una visibilidad de la que entonces aún no gozaba. Cambiando los prejuicios hacia lo diferente e integrándolo dentro de la normalidad. Que otorgarían carta de naturaleza a un fenómeno incipiente e inevitable, a veces de manera inconsciente, a veces intencionadamente, y que acabarían por otorgar visibilidad a la fuente original. Daba igual que fuesen adolescentes en pos del éxito como viejas glorias tras la enésima reinvención, daba igual que fuesen segundones en busca del milagro imposible que ídolos ahítos de no perder comba. También, Noblesse Oblige, sin el menor cargo de conciencia. La suerte, como siempre, estaba echada antes de empezar la partida.