Discos, discos. Conversaciones con Juanjo Andaní

 

Retomamos la sección «Conversaciones» con nueva charla. Un dialógo muy didáctico e interesante con un tipo que tiene muchas cosas que contar. Es Juanjo Andaní un acumulador musical, centrado principalmente en los singles y eps de siete pulgadas, verdadero rastreador de lo insólito, obsesionado particularmente en el aspecto gráfico y visual de estos artefactos.
 Autor de varios libros acerca de tan candente temática (el arte de las portadas, por resumirlo de manera escueta, aunque suele ir bastante más allá) como son “Mis canciones de los 60” (2002) y “Hay tantas chicas en el mundo. Iconografía femenina en el vinilo español de 1954 a 1990” (Ed. Milenio)  y también colaborador en otros como “Historia del rock en la comunidad valenciana” (Avantpress, 2004) se mueve como pez en el agua en el proceloso mar de los libros y de los discos, en su envoltorio y en como este asunto ha construido parte de su devenir vital, de su pasado y de su presente.  Es también -bueno, fue- bajista entre 1968 y 1974 del grupo Control, coautor de ese himno -para algunos- que ha terminado siendo «Nadie…nada».

 

La verdad es que no se por donde comenzar. Así que lo haré por lo más obvio.  ¿Tienes algún nuevo proyecto en marcha?

Sí, ahora mismo estoy inmerso en un nuevo proyecto  relacionado con mi obsesión. Un libro acerca del grafismo, el diseño y el arte de las portadas. De hecho últimamente casi todos los discos que me estoy comprando tienen que ver con ello. Completar huecos que tengo, relacionados con los capítulos en que quiero se divida. De hecho, algunos ni los he escuchado todavía, los tengo por aquí amontonados, esperando el momento para poder hacerlo.

¿Qué es lo primero que buscas?, ¿Firmas?
 

No, no especialmente. El futuro libro en un principio giraba en torno al diseño gráfico de las portadas hecho en España, así que con me gustase a mi era más que suficiente, más allá de autores. La premisa era que tenía que ser dibujo, diseño, pero no arte fotográfico. Hay algunas que combinan ambos aspectos y pueden entrar, pero lo primero era innegociable. También me interesan ciertos autores; Bort, que está de moda -y tiene sobrados motivos para estarlo-, Val, Botia…

 
 
¿Cómo surgió la idea y en que crees que terminará?
 
Hablando con Javier, de la editorial Milenio, con quienes ya publiqué “Hay tantas chicas en el mundo”,  surgió la idea de que preparara otro disco en la línea de aquel. Le hablé de varios temas que se me ocurrían, aunque yo, por mi cuenta y riesgo me decanté por uno… bueno, tampoco es exactamente así, sino que la idea inicial tiró por ahí. Hay veces que los libros salen solos, que te dirigen a algún lugar… el caso es que me salió un libro yo creo que muy chulo pero que al parecer tenía excesivo texto. 
 
No se si recuerdas un libro de hace casi veinte años llamado “El florido pensil”. Estaba centrado en la memoria de la educación nacional católica de la posguerra, en su aspecto gráfico, partiendo de enciclopedias de la época, publicidad, libros de texto, etcétera.  Yo también colecciono papel, Postales, revistas, enciclopedias antiguas…
 
¿Relacionado exclusivamente con la música?

 

No. O no sólo más bien. Diría que más relacionado con el diseño gráfico español.  Sigo; lo que me rondaba la cabeza era hacer algo de ese estilo, centrado sobre todo en mis recuerdos más que en un tema en concreto. Partiendo de las portadas de discos relacionarlas con mi memoria a lo largo del tiempo, tocando distintos palos; música, sociología, política, arte, cine y todo lo que se me ocurriese para luego añadirle textos míos. Pero la cosa fue creciendo y en opinión de la editorial los textos ocupaban más de lo que ellos pensaban, me dijeron que les parecía casi más literatura que arte gráfica. A mi su opinión me dejó descolocado y en un arrebato dije “Vale, pues voy a hacerte un libro solo de portadas”, una detrás de otra. Eso fue hace casi dos años.
 
  Más tarde llegamos a un entente cordiale y tiré más hacia el aspecto gráfico. Me meti muy a fondo, como acostumbro, y aunque pensaba que controlaba bastante, lo que acabé por advertir, conforme me iba sumergiendo, era lo mucho que me faltaba por saber.

 

¿De dónde sacas el tiempo? Porque imagino que tu tienes una vida profesional alejada de esto. ¿Cómo lo haces?

 

Principalmente madrugando. Duermo poco. Me levanto a la cinco, cinco y media y hasta que marcho a trabajar estoy aquí, en mi estudio viendo cosas. Consulto libros, páginas de internet, discos, etcétera.

 

Pasemos a tu faceta musical. Fuiste bajista y compositor en el grupo Control
 
Sí, aunque no grabé con ellos nunca.

 

¿Y éso?

 
Te cuento. Dos meses antes ir a grabar a los estudios Belter de Barcelona nos ofrecieron un contrato para actuar en Ibiza. Estábamos entusiasmados. Justo entonces me sale un trabajo y me echo novia, la que hoy es mi mujer. Yo era un tio responsable y me dije que había que trabajar. Lo que me ofrecían era más que dos meses en verano. Debía tener 21 años, era en 1971. Decidí aceptarlo.
 
Había estado en Control desde el principio, incluso antes de existir Control, desde los Riders. Los Riders fue mi primer grupo, en el que ya estábamos Manuel Pérez Gil y yo desde su creación y también el batería Paco Aranda, aunque éste entró muy al final. De allí pasamos a los Cronick’s y después ya creamos Control con Vicente Payá y Enrique Ayala.

 

  Comenzamos a actuar por la provincia. Tocábamos cosas avanzadas para entonces, rollo La Masa y tal. He de decir que no lo hacíamos mal del todo. 
  Cuando nos salió lo de Ibiza ya lo teníamos todo preparado. Las canciones, los arreglos, las voces. Habíamos firmado para dos singles. Sólo faltaba grabarlos. Pero no fui. De hecho tampoco aparezco como compositor. En el disco está acreditada la autoría al grupo y en autores tuvo que firmar Vicente Payá, el teclista, porque era el único que tenía aprobado el examen del sindicato que certificaba que había estudiado música.
 
 
 
“Nadie…nada” la compusimos entre Enrique y yo. Si te soy sincero nos parecía pachanguera. A nosotros la que realmente nos gustaba era “Puede ser”. Era la época de Crosby, Stills & Nash, de Vanilla Fudge…. “You keep me hangin’on” nos flipaba, con su solo, su órgano, siete minutos y pico de locura. Intentamos mezclar ambas cosas junto al primer Santana, que también nos gustaba muchísimo. Había una mezcla muy chula ahí.  Así que “Nadie… nada” era prácticamente relleno, aunque luego Belter decidió meterla como cara A.
 
 
¿Sabes del aura que tiene hoy en día esa canción en según que círculos?

 

Sí. Hace unos años me lo comentó Vicente Fabuel, uno de los dueños de Discos Oldies y no me lo podía creer.

 

¿Qué representó para ti tomar la decisión de dejar Control?

 

Al principio casi me sumió en una depresión. Era un crío, tenía muchísima ilusión. De repente me vi vestido de traje y corbata yendo a trabajar todas las mañanas en vez de estar en Ibiza actuando. Imagínate. Fue una temporada terrible, hasta que me hice la idea.

 

¿Mantenéis relación hoy en día?

 

Sí, claro. Todavía nos vemos a veces. El que más se ha descolgado es Paco Aranda, no por nada, sino por su profesión. Hoy en día es un batería de Jazz muy reconocido a nivel europeo. Ya de crío destacaba. De hecho cuando alguna figura caía por Valencia solían llamarle para actuar con ellos. Por entonces no solían venir con la banda completa y reclutaban músicos del lugar. Paco siempre era el primer batería que solicitaban.

 

¿Qué recuerdos tienes de la época en que comenzasteis?

Aquello fue una explosión social, cultural… un terremoto. A nuestro nivel, pero lo fue. Tuvimos la suerte que a diferencia del cine, la literatura y otras disciplinas era algo nuevo, todavía no catalogado. Era considerado por el poder como una locura pasajera, algo casi residual que desaparecería con la misma rapidez que había surgido, así que durante unos años pudimos hacer lo que nos dio la gana.
  
 
Por aquel entonces, ya hice referencia antes, para que veas el nivel de los que mandaban, se necesitaba un carné´para poder actuar Lo emitía el único sindicato que existía. Pues bien, tenías que presentarte, interpretar una pieza musical de tu elección y te aprobaban o nom Yo había estudiado cincos años de guitarra clásica y resulta y va que me suspenden. Se me ocurrió interpretar una pieza de Villalobos un tanto compleja y al tío debió sonarle a chino. Cuando terminé -miento, no me dejó ni terminar- me dijo que por qué no había tocado algo de flamenco. Inmediatamente pensé «Este cabrón no tiene ni puta idea de qué es esto».
 
Más tarde me dieron el carné sin ni siquiera examinarme. Aprobado general. Ese día estaría de buen humor, o tendría prisa, y nos aprobó a todos. En realidad era todo una patochada musicalmente hablando, era más bien un sistema para tenernos a todos los que actuábamos por ahí controlados. Vuelvo a tu pregunta. Yo tenía 14 años en 1963. Así que te puedes imaginar. Fue la primera vez que cogí una guitarra española. Nos juntamos cuatro amigos y empezamos a tocar. Más adelante  pasamos a actuar en verbenas y fiestas. No teníamos más que guitarras españolas. Una guitarra eléctrica costaba una fortuna. Como diez o quince veces lo que una española. A una de batalla me refiero, nada especialmente bueno. Recuerdo que en una de nuestras primeras actuaciones, con la arrogancia del adolescente, pensando que ya éramos músicos -¡Porque habíamos actuado una vez!- un señor se nos acercó con toda la buena fe y nos dijo “Tenéis que ensayar más”. Me sentó fatal. ¡Si llevábamos dos meses ensayando!. Con catorce años dos meses te parecen un mundo, ¿verdad?.
 
  Salieron grupos como setas, todo el mundo en Valencia tocaba la guitarra. Recuerdo también que había buen rollo, curiosidad para ver que hacía los otros. Molaba.

 

¿Notabais el peso y la miseria moral del final del franquismo?

 

En cuanto a la música no.  Supongo que con las figuras habría más presión, otra actitud. Nosotros no éramos nadie. De provincias, críos y hacíamos rock and roll. Actuábamos en provincias, Murcia y Albacete como muy lejos. Además todavía no teníamos repertorio propio, tocábamos los éxitos del momento, las canciones que nos gustaban.

 

Antes de cada actuación ¿Os pedían una lista de lo que ibais a tocar?

 

No siempre. Era algo aleatorio. Cuando se les ocurría aparecía un tipo de autores y nos entregaba una hoja que teníamos que rellenar. A veces ni siquiera la recogían. Lo que si hacían a veces es aparecer con las hojas ya cumplimentadas con un repertorio escrito por ellos (canciones de amigos, de compañías que les pagaban algo, o simplemente de quién les cayese más simpático) para hacer caja. La corrupción anidaba hasta ahí.

 

 Lo de la censura, por seguir por el terreno de lo inaudito, era algo incomprensible. Pegatinas en los discos advirtiendo a las emisoras lo que podía y no podían radiar, generalmente por la razón –si puede llamarse razón- más peregrina. En mi libro “Hay tantas chicas en el mundo” hay un breve capítulo dedicado a ella.

 

¿Cuándo comenzaste con esto del coleccionismo?

 

Bastante más tarde. Cuando tuve medios. Entonces no teníamos un duro. Comencé recuperando canciones. Canciones que me gustaban de entonces y que habíamos tocado en directo, ya fuese con los Riders, con los Cronick’s o en Control. Los discos que tuve o bien estaban destrozados de tanto haberlos escuchado o bien habían desaparecido. Fue más adelante cuando comencé a fijarme sobre todo en la parte gráfica.

 

¿En qué formato?

 

Para escuchar me daba igual Cd que Lp. De hecho tengo muchos cds, no soy nada talibán en cuanto a escuchar música. Está claro que a nivel de comodidad, en comparación con el disco, son imbatibles. Aunque claro, imagino que todos tenemos claro que comprar discos es algo más –no digo mejor sino otra cosa- que comprar música. Y a nivel gráfico, el aspecto que me interesa especialmente, el disco es el vencedor incontestable. Es un objeto, un fetiche. Es arte y música.

 

Yo lo que realmente colecciono son singles y Eps españoles. Por el diseño y eso. Comencé a completar, casi como si fuesen cromos, portadas de artistas que incluso a veces no me gustaban. Más tarde me puse en contacto con diseñadores, gente ya muy mayor, a los que cuando les comentabas algún diseño suyo que me flipaba, no lo recordaban. Me decían, casi avergonzados, que eran pecados de juventud. Otros –que hoy son pintores de relieve- directamente me parece que no querían recordarlo. A menudo una extraña mezcla de pudor y de vergüenza.. 

 

¿Alguna vez pensaste que el mundo del coleccionismo iba a tomar los derroteros que ha tomado?

 

No, jamás. De hecho ni tan siquiera lo pensé. No creo que nadie lo hiciese. Entonces apenas comprábamos discos, no nos los podíamos permitir. Ibamos a las tiendas en comandita y a lo sumo comprábamos uno. Y a veces ni eso, solo a escuchar, pendientes de que no nos tirasen de la tienda.

 

  Claro, los discos que teníamos nos los sabíamos de memoria a base de escucharlos una y otra vez. A partir de finales de los setenta comenzó a reeditarse material de los sesenta pero hasta entonces no había otra manera de tener esas canciones más que con los discos originales; Hollies, Kinks, etcétera. Y me pasaba una cosa muy curiosa; comprarme un disco de segunda mano me daba un repelús del copón. Yo quería disco nuevo, nada de segunda mano. Más tarde ya se me paso la tontería. Y hasta hoy.

 

¿Dónde solías comprar?

 

 Había muchas tiendas, había discos por todas partes; tiendas especializadas, ferreterías, tiendas de electrodomésticos. Hasta en quioscos. 
 
Recuerdo que una vez, paseando, pasé por una tienda de electrodomésticos pequeña, de barrio. Parecía a punto de cerrar. Vi una caja con discos y entré. No sé por qué, me rondaba en la cabeza que quería un disco de éxitos de los Rolling Stones. Vi uno negro y me lo llevé. Completamente nuevo. Ni miré los títulos. Me costó casi nada. Cuando llegué a casa vi que era un disco oficial. Me enfadé y lo guardé en la estantería. Tiempo después supe que lo que había comprado era su primer Lp en la primera edición española, con la galleta naranja con letras menos legibles. Hoy cuesta una pasta, pero entonces, yo al menos, no tenía ni idea.
 
 De hecho, como te he dicho, yo no soy un coleccionista de Lps, tengo un par de miles, pero sin ningún afán completista. Lo que de verdad me gusta es el disco pequeño. Con su portada y eso.

 

¿Algún criterio en especial?, ¿Qué tipo de música te gusta?

 

Una cosa es lo que colecciono y otra lo que me gusta. Musicalmente me refiero. Disfruto muchísimo de la combinación de portadas y música pero no suele darse. Por separado también lo hago, primando, eso sí, el aspecto gráfico.

 

  Este mismo – toma uno que esta sobre un montón en la mesa de su despacho-.  ¿Por qué cojones tengo este disco? –ríe-. Pues porque es de un sello rarísimo, que nunca había visto, Dimar, del que solo conozco dos referencias. Musicalmente pues ya ves. Es Pucho Boedo, cantante de Los Trovadores de la Coruña y posteriormente de Los Tamara.

 

  La música que realmente me gusta es aquella que forma parte de mis recuerdos. Los grupos ingleses de los sesenta, Vanilla Fudge, el Soul, CS&N… “Carry on” probablemente sea mi canción favorita. La versioneábamos en Control y nos salía de muerte.

 

¿Dónde compras discos hoy en día?

 

Principalmente en Oldies, si me preguntas acerca de una tienda física. También en Todocoleccion. Y me llevo sorpresas todos los días. Con esto pasa como con todo. Hay discos que compre por tres pesetas hace veinte años y que siguen valiendo eso hoy en día e imagino que por los tiempos. En cambio hay otros que se han revalorizado. (Me enseña el ep de Colores para el sello BOA). Una pieza.
 
 
 
¿Piensas que es un mundo en mutación constante?

 

Absolutamente. Generalmente los discos los escucho una vez y los archivo. Pueden pasar años hasta que vuelva a oírlos. Suele ser porque leo algo, porque algún amigo me comenta… Enseguida voy a ver si lo tengo. Consulto mi base de datos y si esta perfecto. En caso contario ya sabes lo que hay.

 

¿Cambias?, ¿Vendes?

 

No. Tengo una regla. Disco que entra en casa no sale. No compro segundas copias salvo que sea para mejorar la que ya tengo. Soy un tipo con manías y solo de pensar que alguien puede coger un disco mío, verlo, chequearlo –algo muy lógico por otra parte- ya me pongo enfermo. Soy un mal vendedor.

 

Volviendo a Control ¿Conserváis grabaciones inéditas?

 

Algo hay. Cuando salieron los dos sencillos en Belter el grupo como tal (sin estar yo) siguió un año más. Después tres de ellos lo dejaron y Paco Aranda y Vicente Payá reclutaron a dos nuevos miembros con los que grabarían el tercer y último single ya en Polydor -«Mis Juegos de ayer»- . Los que lo dejamos grabamos alguna cosa, para entretenernos. Incluso teníamos la pretensión de grabar un disco.Esta registrada de aquella manera, en un Revox de dos pistas que yo tenía.  Deben de estar por algún sitio.
 
¿Tienes pensado que va a pasar con todo esto el día de mañana?

 

Sí. Soy muy organizado. Tengo dos hijas. A ambas les gusta la música, especialmente a la pequeña, una verdadera aficionada. Así que hemos acordado que los cds para la mayor y los discos para ella. Hasta tengo un amigo común señalado como albacea. O más bien como consejero…

 

Para terminar, ¿Algún proyecto en mente?

 

Sí. Es una cosa remota, difícil. Pero es una idea que me ronda la cabeza desde hace tiempo. Tengo, desde hace más de una década correspondencia por mail (aparte de innumerables charlas) con un amigo común. Generalmente hablando de música aunque no sólo. Y los tengo todos guardados…

 

¡Ostras! Como Torres con Urdangarín. O los papeles de Bárcenas.

 

¡Jajajaja! … un poco así, sí. Bueno, ahora en serio, me gustaría que acabase tomando la forma de un libro. Editado y podado, claro. Hay algunos verdaderamente antológicos…

 

 Masticando ese deseo termina nuestra charla. Podría haber estado horas y horas escuchándole. Mientras pienso en ello me enseña discos, libros. Me alerta sobre sus últimos redescubrimientos y me permite tomar unas cuantas fotografías. Un verdadero señor Juanjo Andaní, con un gusto intransferible, de muy vasto recorrido. Sorprendente.

MARCOS VALLE «Garra» (Emi Odeon Brasil, 1971)

Al igual que sucede en castellano, tiene Garra en lengua portuguesa dos acepciones profundamente relacionadas; es la mano del ave de presa, aquella que atrapa y puede matar y es también la tenacidad inasequible, heroica incluso. Ambas definiciones se hallan muy presentes en este disco. Tal vez la una como antítesis de la otra, su némesis necesaria para poder apreciarse mutuamente en todo su esplendor. La reafirmación en la tenacidad necesaria para ser verdaderamente libre a la hora de la aspiración artística y también el temple necesario para lidiar con la censura de la dictadura sin ver cercenada la palabra, el espíritu y la imaginación. Censura, como todas, estúpida, sin sentido. Mema y pacata. Generalmente funcionarial. Cuenta divertido Marcos Valle  -y al leerle recuerdo los cebos que a propósito escribían a los censores en sus guiones Berlanga y Azcona– que aquellos soldados de la mediocridad y lo oscuro muchas veces pasaban por alto referencias políticas y reivindicativas y otras, en cambio, se mostraban intransigentes con textos que tan sólo lo eran en su miserable imaginación. Nada, por otra parte, que por aquí no sepamos y que ha sido recogido, con gusto y detenimiento, en el estupendo libro «Veneno en dosis camufladas». La censura en los discos de pop-rock durante el franquismo» de Xavier Valiño (Editorial Milenio, 2012).

 Garra es, si no estoy equivocado, el octavo álbum de Marcos Valle. Nacido en 1943 -rubio, blanco, de ojos azules- en el seno de una familia acomodada, carioca de pura cepa e inmerso en el mundo musical desde niño, Marcos Valle se adentra en él espoleado por sus estudios de piano y sobre todo por el talento de su hermano (el inconmensurable Paulo Sergio). A los veinte ya logra su primer éxito popularizado por el Tamba Trio. Al año siguiente debuta discográficamente con el álbum «Samba demais» y en 1965 forma parte del espectáculo colectivo «A Bossa no Paramount» (un afamado cine-teatro de Sao Paulo) acompañado por Elis Regina y donde su fama ya despega definitivamente. A partir de entonces todo es un no parar. Publica un segundo disco y entra a formar parte durante su gira americana de Sergio Mendes and Brasil 66. Su bombazo definitivo tiene lugar con «Samba do aviao», popularizada por el organista Walter Wanderley (en aquel entonces centrado en una serie de Lps para la Verve de Creed Taylor) de aromáticos efluvios Easy listening y Bossanova, superficiales y agradables, con gran éxito en los Estados Unidos. 


 Tras un tercer disco (Braziliance) donde aparece la archifamosa «Os grillos», lo mejor está aún por llegar. En 1968 Verve le publica «Samba’68», un paso más allá -que no el postrero- en su devenir artístico, donde los deliciosos arreglos de un jóven Eumir Deodato y las voces de la flamboyant Ana Maria Carvalho Texeira (la dama blanca de Ipanema) le confieren una personalidad más cuidada y elegante, acaso remolona con su natural ingenuidad y pureza, pero de indudable estilo panorámico, rico en matices y de sosegado fluir.


 Todas esas cualidades -y muchísimas otras- hacen que el tránsito de época, el nuevo signo de los tiempos que irrumpe como un torrente y la pérdida de la inocencia que Vietnam supone (y de la que es testigo directo al vivir por entonces en los USA) aterricen en su música de manera caudalosa aunque no apresurada. «Mustang cor de sangue» su disco del 69 ya es un aviso en toda regla pero es a partir de «Marcos Valle» donde las cosas se aceleran. Lo que en el primero es la suma de la vertiente anglosajona a su música eminentemente brasileña, macerándose de manera un tanto balbuceante (bases funk, arreglos barrocos, veleidades folk rock, letras escritas por su hermano, menos hedonistas, más sociales) en el segundo ya refulge espléndido, ajustado, combinando ambos lados y consiguiendo uno nuevo, sorprendente.

 

«Siempre dispuse de libertad. Siempre. Siempre». Dice Marcos Valle enfáticamente. «Eso es lo que fue realmente importante ahora que puedo ver todo lo que hice. Nunca me dijeron que hacer. Me dejaron a mi aire y eso es algo que honra a Milton Miranda» cuenta Marcos refiriéndose al nombre ubicúo que aparece en las contraportadas de la maypría de los discos de Odeon en los sesenta y los setenta, acreditado como «Director de producción». «Ese tipo sabía que yo tenía tantas ideas en mi cabeza, que evolucionaría. No era el tipo de artista que hace la misma cosa una y otra vez. Supo ver las muchísimas influencias que habían en mi música y como afectaban a mi estilo. Siempre me dejo hacer lo que quise. Le estoy muy agradecido porque fue la mejor manera de que pudiese desarrollar mi carrera».

 «Garra» es uno de los cuatro discos de los setenta (junto a «Marcos Valle», «Vento soul» y «Previsao do tempo») que el sello Light in the Attic ha reeditado recientemente. Ambos cuatro recomendabilísimos de principio a fin, pero este en concreto soberbio e inacabable. Bálsamo y narcótico, caricia y pellizco, la vida en no llega a una docena de canciones.
 
 Pianos, órganos y clavicordios. Soliloquios acerca de la inmutabilidad de la fe y la duda orquestados por Gerardo Vespar en «Jesus mei rei». El Brill Building con ventanas a Copacabana en «Black is beautiful», hermosa apología de la negritud por el niño bonito, el niño blanco. Toda una declaración de principios. Clasicismo elegante con un pie en los maestros de principios del siglo XX y otro bebiendo del lirismo más exacerbado (ese frugal acompañamiento vocal de Claudia a la manera del de la Dell Orso en tantas bandas sonoras) en esa maravilla que responde por «Minha voz virá do sol da America». Homenaje al amigo y al maestro en «Ao amigo Tom» con su guitarra evocadora y su piano perezoso, Groove y Baiao de la mano en «Paz e futebol», reivindicaciones ambas de lo que une antes que subrayado de lo oscuro que separa. Contrapunto necesario en un disco político, reivindicativo y militante, pero no por ello coñazo, triste y desangelado. Celebración de la vida sin por ello ocultar su grietas. Optimismo vital.
 
 Es una verdadera lástima (y si queremos ponernos trascendentes yo diría un crimen) lo poco y mal que por estos lares se conoce al probablemente mejor y más abundante vivero de música, la llamada música brasileña. Categorizada por desidia, por desconocimiento o por condescendencia como música meramente «festiva», uno, un auténtico lego también en esta materia, un pobrecito hablador, no deja de sorprenderse cada día que pasa. Por su hondura, su riqueza melódica, su variedad estilistica. Por su capacidad para retratar los estados del alma, su empeño irreductible en ayudar al que a ella recurre, evitando con denuedo aleccionar, sin vanas pretensiones y permitiendo a uno -a cualquiera en realidad- adentrarse en ella de manera gozosa, como el niño que comienza a ver el mundo ante sí, todavia no emponzoñado con sus rémoras y servidumbres.
 

 

THE CHOCOLATE WATCH BAND "Requiem / What’s it to you" (German Decca, 1967)

  
The Chocolate Watch Band (no confundir con los americanos) fueron un duo inglés quienes, hasta donde yo sé, sólo editaron un par de sencillos. Su cantante era Gary Osborne (Hijo del famoso director y arreglista Tony Osborne) quién poco después formaría el dúo Vigrass and Osborne para acabar colaborando con Sir Elton. Éste, su segundo single, lleva en la cara A una gema popsike con toda la parafernalia comme il faut (cuerdas, voces dolientes, una melodía adictiva que recuerda a los primeros Walker Brothers y moderados efectos de estudio) titulada «Requiem»,  pero en la cara B, ¡ay!, en la cara B hay vidorra de la buena. Trompeterío, drama exacerbado y una voz rugosa y despendolada dándolo todo y todo bien. Entre el blue eyed soul más elegante y el northern blanco a lo Timebox. Aquí se lo presento en su edición alemana con todo lo que uno considera que es menester, verbigracia, vestido con su inmaculada portada. A ver que les parece.

DICK WAGNER and THE FROSTS "Sunshine" (CBS Italia, 1968)

¡Existe!. La copia italiana con su soberbia portada, editada por CBS Italia en 1968. La funda perfecta para envolver esa maravilla titulada SunshineDick Wagner era (es) un guitarrista de fuste, recio y versátil, más conocido hoy en día por haber trabajado con gente como Lou Reed, Alice Cooper, Kiss o Aerosmith entre otros que por su -escasa- obra en solitario. Comenzaría con The Bossmen a principios de los sesenta para formar en 1967 The Frost (junto con Bobby Rigg y Donny Hartman de los Cheveles y el batería Gordy Garrisen un Detroit tomado literalmente por dos fuerzas imparables con destino y leyenda diferente; El imperio de la Motown en su conquista de los USA y la ignífuga escena de rockandroll empeñada en destruirla, en la que pirómanos del calado de los Stooges, MC5 o Bob Seger & The Last Heard campaban a sus anchas.  Antes de firmar por Vanguard, donde publicarían una serie de Lps de vitaminado hard-rock, editan dos sencillos en Date, subsidiaria de CBS. El segundo de ellos, este Sunshine/Little girl, un dos caras despampanante, ha sido objeto de mis desvelos hasta hace nada. Un estallido de elocuente -y aparente- rabia,  revestido de toda la parafernalia Psych hard rock, con su centelleante guitarra en primer término, omnipresente, que termina configurando -oh, sorpresa- este melocotonazo pop.