TEMPLES "Shelter song/Prism" (Heavenly, 2012)

¿Neo psicodelía? Lo siento pero no, no la veo por ningún lado ¿Paisley underground? Sí, allá en el fondo, camuflado entre oropeles. ¿Hype? Muy probablemente, pero éso no tiene por qué ser peyorativo. Los hay que sobreviven a esa lacra, incluso a veces sin merecerlo y otros que no pasan de ahí. No, no diré nombres. También los hay, de entre estos últimos, que al menos nos dejan una canción con todas las letras. Rotunda y pegadiza, aquello sobre lo que la música popular debe tratar. Tampoco busca uno mucho más.
 
 «Shelter song» acaso sea el hype del momento. Un single de ahora, nuevo, que hace tres meses costaba cinco libras y que hoy multiplica su precio por quince. Últimamente sucede con asiduidad. Cosas de las modas, las tiradas escasas, el peaje de los tiempos en que vivimos, ya saben, oferta y demanda, especulación, esas zarandajas. Pero «Shelter song» es también una GRAN canción. Hay quién apela a los grandes profetas aunque uno les tiene demasiado respeto y devoción como para invocar su nombre en vano; que si Beatles, que si Byrds, que si los Monkees del «Head»… no quisiera ser blasfemo y me quedaré con algo más modesto; Con los Duques de la estratosfera por ejemplo, los XTC más poppies, los de «Vanishing girl» por decir algo. Pero sobre todo lo haré con unos críos de veinte años que dedican su tiempo y su talento en mostrarnos su visión del pop en unos tiempos en absoluto pop. Que lo vistan de ropajes vintage es también, sí, el signo de los tiempos.
Por cierto, ¿Por qué será que cada vez que la escucho me acuerdo de Lee Mavers?

KEVIN AYERS "Puis-je"

Son estos tiempos extraños. Motivada su extrañeza, en gran parte, por nosotros mismos. Por lo que hacemos pero sobre todo por lo que no hacemos. Tendemos a glorificar a menudo, de manera exagerada e injusta (exagerada por lo que les puede llegar a perjudicar, injusta por lo que sin duda les perjudicará) a personas y expresiones artísticas en las que se atisba cierto talento pero en las que en nuestro fuero interno sabemos que nunca acabarán por florecer. No es su culpa me digo, ni tampoco del todo la nuestra. Es tan solo el deseo de querer sentirnos mejor con nosostros mismos, la ilusión de pensar que hemos compartido nuestro tiempo con un genio, que hemos sido testigos de un momento y una obra excepcional. 

No sucede este engaño sólo con la música, muy al contrario. Pero a estas alturas del partido es la música popular una cosa tan menor, tan orillada, tan demodé en comparación con otras disciplinas, que uno a veces duda que pueda sobrellevarse de otra manera. Me refiero a otra manera diferente a la que va de la exégesis personal a la rememoración casi onanista, esa manera empeñada en atesorarlo todo como si de las joyas de la familia se tratase. Es uno un poco Quijote -también un poco idiota- y muchas veces termino sorprendiéndome intentando defender algo de manera denodada, mucho más a menudo debido a los ataques que sufre que por las virtudes que atesora.

Esta semana se murió Kevin Ayers. Escribir una elegía de alguien que para uno se convirtió en lo elegíaco desde el mismo momento en que conocí sus canciones no tiene mucho sentido. No, desde luego, si no se hace bien. Y como no encuentro la manera de describir el estado de tranquila melancolía en que me hallo desde hace unos días, ni tampoco la repentina consciencia del paso del tiempo, ni mucho menos la efímera y brumosa felicidad que me depara escuchar una vez más sus canciones, intentaré resumirlo en uno de sus versos. En francés, cantando May i. Nada más lejos de mi intención que convertirme en un estraperlista del agasajo y si acaso lo pareciese, les pido por anticipado disculpas a todos ustedes, aunque antes que a nadie se las tendría que pedir a él.

  Kevin Ayers ha viajado conmigo desde hace mucho tiempo, de la manera en que solo los amigos lo hacen. Unas veces dándome cobijo y consuelo, en otras irritándome por el talento malgastado. La mayoría de las veces haciéndome compañía, hablándome, escuchándome. No es poca cosa. Puis je, como les decía, no es otra cosa que una versión en francés de la imperecedera May I. Un revisión un tanto descabalgada si quieren, un poco Laissez-faire y profundamente evocadora. De apariencia frágil y ligera y sin embargo para uno, de profundo y hermético significado. Desprende despreocupada celebración del instante mientras parece asumir el dolor de la pérdida.

  Regrabada en 1999 por Kevin Ayers con los músicos de Ladybug Transistor, se escondía en un pizpireto y frugal disco titulado Pop Romantique:French Pop Classics, publicado por el sello Emperor Norton. Anda por casa desde entonces y siempre recurro a él, exclusivamente por Puis Je, cuando necesito medicina y ungüento, cada vez que la molesta melancolía rezuma. 

 Todo el resto de las canciones que se hallaban en el citado disco eran versiones de clásicos; Le tourbillon, L’anamour, Contact, La poupée qui fait non, etcétera. Todas ellas canciones sublimes, por supuesto, tan sólo que uno piensa no necesitaban ser reinterpretadas. Que estaban bien como estaban. La única que no entraba dentro de esa categoría por poliédrica era Puis Je. Porque era otra canción y porque también era, milagrosamente, muchas canciones. Porque tal vez, en aquel momento, fuese todas las canciones del mundo. Evidentemente era la mejor del disco, de largo. Años después, en su último disco, obtendríamos la respuesta a nuestras preguntas: Podía hacer milagros … 

ERASMO CARLOS. Onde a beleza se esconde.

 ¿Qué se puede decir de un disco que abre con una canción inédita del gran Caetano Veloso y que siendo estupenda no es, ni mucho menos, la mejor de ese Lp? ¿Qué se puede decir de un disco cuya segunda canción es un tête a tête con Marisa Fossa, delicado y sutilísimo, de una belleza que asusta, a punto de romperse?

  Porque «Carlos, Erasmo», el disco de 1971 de Erasmo Carlos es un canto a la vida y sus recovecos. Es, tal y como dice «Em busca dos cançôes perdidas», la canción de Carlos Imperial , el lugar Donde los colores tienen sonido y las flores pasean, donde el dolor no accede y la tristeza no llega. Donde la belleza se esconde.

Porque hay circunstancias, recuerdos, personas, que existen antes incluso que las palabras y a quienes éstas no les podrán hacer justicia jamás. Porque aunque tomen carta de naturaleza al ser enunciadas están ahí ya desde mucho antes. Personas, recuerdos y circunstancias a las que sustenta un halo etéreo, neblinoso, de apariencia borrosa y que terminan por ser habitantes de una íntima cosmología que deviene fotografía de lo efímero de la existencia. Como por ejemplo Masculino, femenino sin ir más lejos: Precedidos por una luminosa intro de piano, acunados por las cuerdas, asoman mil recuerdos, muchas dudas y alguna certeza. Reminiscencias de Buffalo Springfield aquí, arreglos a lo Muscle Shoals allá (esos violines, puro Rainy Night in Georgia). Harry Nilsson en una esquina, zascandileando mientras sonríe y da el penúltimo trago justo en el mismo momento en que los Jordanaires se arrancan con unos ensoñadores Ooooh-Ooooohoo. Pero aparte del recuerdo también es mucho más. Es rememoración, una mirada hacia el pasado, en ocasiones incluso un exordio de la invocación al encantamiento y a la seducción del hecho amoroso. Es tanto la perfección perecedera del instante como la volubilidad del deseo primero, una loa a las pequeñas cosas y a su lírica futilidad. Y aunque perezosa e imperfecta, es sobre todas las cosas algo real. Un cuento, una fábula que nos habla de una pareja amaneciendo juntos, que nos habla de la renuncia y la consciencia de lo inminente del adiós. Que habla, en definitiva, de cualquiera de nosotros; Unas veces actores y otras espectadores, imaginando, viviendo incluso, la novela que acarrean, que acarreamos nosotros. 

…Ya no quiero hablar con quién no tiene amor, pero con cierta gente, gente abierta, si me llama, voy …
 

 No errar siendo uno un pesimista es algo relativamente sencillo. Cuando casi todo lo que nos rodea viene decorado por un barniz impostado, coronado por una cierta hipocresía profiláctica o, en su defecto, por una seguridad que no es tal, entonces es sencillo. Ahora bien, errar siendo uno de natural optimista, empeñado en ver lo que hay de bueno en la humanidad es algo mucho más difícil, una tarea tan ardua que requiere de disciplina y libertad y el riesgo de ser etiquetado de ingenuo. O de tonto. Por eso Gente aberta es un canto a la bonhomia. El fogonazo inicial puede ser tanto tenue y tembloroso como excesivo e incontrolado. Un confesión susurrada al oido puede transportarnos a otra vida si le prestamos la suficiente atención. Desde el mismo instante en que escuchamos el susurro de Groovin (la acústica, los bongós y el piano conversando), soterrado todo ese mantra bajo la melodia, comienzas a pensar que las cosas, con una pizca de fortuna y de empeño, podrían ser de otro modo. Acaso sea ese uno de sus efectos más evidentes, la esperanza que desprende. Mecerse en su vitalidad irreductible y en su alegria de vivir mientras se deja uno acariciar por la curiosidad y la ilusión de lo que puede llegar a ser. Bailar al son de un Vals sensual, tan  repletas de buenas intenciones como proclives a la mala interpretación como lo son las flaquezas humanas y las heroicidades cotidianas. 

  Anda uno divagando -disculpen, una, otra más, de mis taras- en voz alta sobre ésto y aquello cuando, a punto de terminar la primera cara surge una nueva vuelta de tuerca, la enésima sorpresa. La exuberante redifinición del concepto de modernidad. Y lo que hasta ese momento ha sido modernidad, sí, de carácter naturalista e íntimo, mero reflejo del narrador y con ello de su tiempo, se torna ahora también espejo de un tiempo y, por tanto, de él mismo también. Siendo parte y siendo un todo de algo que acaso no pueda ser de otra manera y que por tanto tampoco podrá ser nunca igual.

 El detonante es una canción de Jorge Ben compuesta en 1965. Puro rocanrol. Inicialmente el trasunto de un conjuro, en apariencia un himno al bonvivantismo ilustrado, muta de repente en hedonismo repleto de combustible para la pista de baile. La receta parece sencilla aunque cocinarla en sus proporciones exactas resulte harto complicado, veamos; Tomen prestada la estructura del Psyche rock de Pierre Henry y un cierto aire a Jean Jacques Perrey. Incluyan las campanillas juguetonas y algunos de sus efectos de electrónica analógica. Súmenle un Fuzz lascivo y una batería cuadriculada, casi primitiva. Reciten una letra sustentada en unas estrofas de apariencia ligera e inofensiva pero teñida de una profunda carga generacional (la celebración del muchacho convertido en hombre con un futuro por delante, aquel que sus padres no tuvieron) y cuéntese su historia de una manera casi tribal, algo así como un mood de posesión vudú que combine lo profano y lo litúrgico. Conviértase finalmente ese latente lamento en celebración evidente, multitudinaria. ¿Ya?. Bien, estupendo. Bailemos … Ahora ya nadie llora más... Un trip perfecto que encaja sin problemas tanto en un Night Club desprejuiciado como en cualquier fiesta callejera. Una canción que transcurre entre la narcótica celebración del momento y la intención sincera de compartir aquello que está por venir. Un himno que es deseo y alegría, reencuentro y celebración. Agora ninguem chora mais

 Hay más: Sodoma e Gomorra. Un medio tiempo vestido de Folk psicodélico. Flautas recreando la brisa que mece a la duda. En apariencia una historia bíblica y que como tal discurre entre la mitología y la superstición. El interrogante surgido de la lógica que pretende lijar las sucesivas capas de superchería que oscurecen la historia. Setas, fuego y azufre. El tormento y el éxtasis enfrentándose a la vida, sea ésta gozosa o dolorosa, ya da igual. Vida en todo caso. 
    Y ahí, siempre agazapada, la esperanza, el afán por apurar el instante, la ingenuidad como último parapeto. Danzando al ritmo del sonido Motown. Holland-Dozier-Holland en una esquina mientras suena un remedo libérrimo de You Keep Me Hangin’ on. El júbilo y la rabia. No dar pábulo a los temores, sujetarlos bien fuerte y, de nuevo, su radiante optimismo. Basta ya de quejas, de lloros, de autoconmiseración. Huyamos de esa lacra.  Dejemos atrás la simpleza, la victimización que festeja la derrota. Vivamos. Celebrémoslo.
... En un mundo desierto, de almas negras, yo me visto de blanco. Me inclino ante la vida sentida y sufrida que me dieron. En un mundo desierto de almas negras. No niego la sonrisa pero veo un fuego que pretende quemar lo que queda de mi. Vivo en un mundo de almas negras …
 

 

… Se que mis brazos son como el trozo de una manta cuando te abrazo. Porque no te quiero santa, de ninguna manera, no tiene sentido. No te quiero como un retrato perdido en cualquier habitación, porque no te quiero santa. No te quiero presa de una imagen en procesión tomada por manos iluminadas que caminan en fila. No te quiero sumisa a las promesas ni a las masas, a los viernes temprano en la cama. Te quiero tal y como eres. Mi Hija, mi madre, mi hermana, mi amada. No te quiero santa, santa no te quiero … 

 Lanny Gordin y su guitarra, taladro sutil. Regis Moreira al piano, el más clásico de los modernos, el más moderno de los clásicos. Los arreglos de Rogerio Duprat. Funk mutante, coros que son puro nervio: Una cancion de Marcos Valle.

… Veintiséis años de vida normal, cinco leyendo el periódico
veintiséis años esperándote, cuatro viendo la televisión
Sé que hay muchas cosa que hice y no quise
Sé que hay muchas cosas que quise y no hice
Hoy leo en los titulares «Muere en vida leyendo el periódico»
Civilización de occidente, atención;
Voy a volver a la vida, quiero leer en el periódico
«Fue marginal veintiséis años …

 Existen discos estupendos y de valor incuestionable que una vez escuchados por primera vez ya te lo han dicho todo. Son discos, por decirlo de alguna manera, inmutables. Y para quien les habla, lo siento, discos finitos. Tal vez espléndidos, quién sabe, pero con fecha de caducidad. No enumeraré unos cuantos aquí por no molestar a nadie y porque nada importa en realidad. También existen otros, mucho más raros y escasos, que nos cuentan muchas cosas con las sucesivas escuchas. No tienen porque ser mejores, sino sucede que son otros, sin duda mucho más provechosos: «Heliotropo», «Death Of a Ladies man», «Gino Paoli», «L’homme a la tête de chou», «Bambino», «La question», «Oddesey And Oracle», «La voglia, la pazzia, l’incoscenza, l’allegria» o este «Carlos, Erasmo» son ejemplos resplandecientes . Discos que lejos de querer contarnos lo que acontece desde la grandilocuencia y el boato lo que hacen es contárnoslo desde la humildad y la sencillez. No estoy hablando de su aparato o de sus fanfarrias técnicas e instrumentales, cosas que pueden llegar a ser incluso necesarias. Eso me da un poco igual ya que al fin y al cabo no son más que mero atrezzo, en ocasiones hasta necesario, una manera de situarse frente al mundo y enfrentarse a sí mismos y a su intimidad. Son para uno, cuando se produce el milagro, discos poliédricos. Discos que son uno distinto después de cada audición y que por lo tanto son inacabables. No creo que haya tantos.

(Otra) canción perfecta. BILL KENWRIGHT "Tiggy" (MGM, 1969)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Recuperando por casualidad hace unas semanas esa maravilla de Los Gatos que atiende por «Tiggy» observé que por la autoría parecía la cosa ser una versión. Venía la canción firmada por un tal H. Pattison (sic) y adaptada por el habitual J. Corcega. Claro,enseguida me puse a elucubrar. La canción remitía a otras -¿Cuál no lo hace?- y tras contactar inicialmente con mi amigo Vicente Fabuel éste me llevo hasta el «Until the rain comes», otra refulgente canción de blue eyed soul firmada por los alemanes Soft Pillow de los que existe single español. Me comentó la posibilidad de que fuese el tal Pattison miembro de la almohada blanda pero, tirando del hilo, supe que la suya era a su vez una versión de otra «Until de rain comes» a cargo de un tal Shubert, alter ego o sosías del verdadero Pattinson (ahora sí, bien escrito)
 Una vez descartada esa posibilidad nos preguntamos Vicente y yo si cabría el que fuese una canción de editorial con la que hubiesen topado los Gatos. Pero no podía ser que una canción tan formidable no hubiese sido publicada en Gran Bretaña. Sin saber muy bien por donde tirar se me ocurrió contactar con otro connoisseur, amable y generoso, que deshizo rápidamente el entuerto. Estoy hablando del Brujo Miguel Ángel Villanueva quién nos informó que SÍ que existía versión original en inglés a cargo de Bill Kenwright, actor de sitcoms, animador televisivo, cantante de breve trayectoria musical (cinco sencillos llegaría a publicar) y actualmente uno de los mayores productores teatrales del Reino Unido y presidente ejecutivo del Everton F.C.

 Obviamente a continuación no procedía otra cosa que agenciarse una copia. Ayer llego a casa.  Me encantan estas historias, que le voy a hacer…

GIANNI MARCHETTI. "El magnífico Tony Carrera"

«¿Qué haría usted con Tony Carrera? Ese hombre de rostro nuevo y atractivo, habilidoso, merece que se haga algo con él»

«El magnífico Tony Carrera»  (1968) fue una más de las coproducciones europeas en la cual tuvo – y no me pregunten por qué, aún no lo sé-  la fortuna de verse envuelto el catalán José Antonio de la Loma. Director de tan proverbial impericia como estajanovista empeño había comenzado muy pronto -aunque visto lo visto con escaso provecho- en el mundo del cine. Muy joven, a principio de los años cincuenta, había entrado a trabajar a sueldo para la productora de uno de los titanes del exploito hispano, el ínclito Ignacio F. Iquino, para pocos años después pasar a formar parte de la productora Laurus films, propiedad del actor Conrado SanMartín

 

 
 Tampoco sé muy bien como -casualidad, constancia, fortuna, empeño- comienza a desarrollar una carrera abracadabrante que culminaría arrimado a la plétora del cine quinqui; «Perros callejeros» (un bombazo en nuestro país, efectista retablo del quinquerío patrio en pleno apogeo del caballo, los palos a gasolineras, a todo lo que fuese susceptible de financiar el vicio en realidad, al sexo chungo y a la exclusión social) y sus diversas secuelas derivadas de ese éxito («Perros callejeros II», «Los últimos golpes de el Torete», «Yo el Vaquilla») sustentadas a su vez en la arrolladora personalidad -chispeante, callejera y de bizarra estética- de sus actores amateurs, verdaderos gladiadores del extrarradio.
 
 Antes de llegar a ése su clímax comercial multitud de despropósitos son perpetrados sin ninguna piedad. «Misión en Ginebra«, «Metralleta Stein»«o ésta «El magnífico Tony Carrera» sean acaso los más populares. Descosidos intentos, un tanto amorfos, empeñados en ofrecer episodios cosmopolítas de intriga internacional donde cupiese la acción, algunos muslos femeninos y presunta modernidad. Naderias a las que acaso les redimiese un tanto su falta de pretensiones y una acerada ilusión. 
Persistiría con fruición en su empeño de sepultar bajo toneladas de mugre la definición de cineasta, no se crean (recuerden que ya apelamos a esa virtud suya parrafos más arriba) bien fuese recreando revisiones oportunistas de los éxitos del momento como «Grease» en «Nunca en horas de clase» o desvergonzados intentos de capitalizar la zozobra del momento en «Goma-2» . Cosa, por otra parte, que consigue que se le llegue a tomar cierto cariño y que no haría otra cosa que cimentar una trayectoria de no te menees. Un fenómeno en lo suyo, no crean.
 
Pero volvamos a su etapa media. Dedicado ya casi exclusivamente como artesano torcido de coproducciones européas  aprovechó -o más probablemente le impusieron, loado sea el cielo- bandas sonoras elaboradas por cualquiera de los titanes que por Italia pululaban. En concreto, para la susodicha «El magnífico Tony Carrera» tuvo la fortuna de tanto de contar con la partitura de Gianni Marchetti  como de involucrar -o embaucar, no sé- a unos voluntariosos maños de corta pero ilusionada carrera -la productora Moncayo films– a la hora del asunto de los dineros que correspondían al accionariado hispano. No, no estoy de broma, es absolutamente cierto. 

Rodada en Amsterdam y con un elenco psicotrónico (Thomas Hunter, Gila Von Weiterhausen y Fernando Sancho) la sinopsis de la película, sucintamente, gira en torno a un ladrón semirretirado, próximo a contraer matrimonio, que es obligado a ejecutar un último trabajo; debe robar un misterioso maletín que se encuentra en una fortaleza custodiada por el ejército. Espléndidamente fotografiada, de manera vivaz y moderna, por el aragonés Victor Monreal, prematuramente fallecido en un desgraciado accidente de tráfico.

 

Pero musicalmente fue otra cosa, vaya si lo fue. Decía que la partitura fue compuesta por el maestro Marchetti y es en mi opinión lo mejor, de largo, de todo el proyecto. Algo, por otra parte, que dicho así parece desmerecer la labor de Don Gianni  y que no es en absoluto así, muy al contrario. 

  En nuestro país sólo tendríamos ocasión de obtener la versión (muy) abreviada en formato Ep, con una estupenda, hermosísima portada, publicado por el sello Emi y que contendría únicamente cuatro fragmentos de la partitura completa. Acompañado por el coro 4+4 de Nora Orlandi dicha música tiene todo lo que la película no tanto nos hurta como no alcanza a conseguir; Lirismo, intriga, elegancia, viveza y placer. Desde los coros de la citada Nora Orlandi (de quién recomiendo, encarecidamente, los incluidos en otra banda sonora formidable, «Lo strano vizio de la Signora Ward» o «La perversa señora Ward» con una impresionante Edwige Fenech) a las musicas y panoplia de instrumentación que la componen; Sitares, bongos, cuerdas, clavicordios, pedales fuzz, guitarras acústicas, etcétera. Músicas que retratan perfectamente cada uno de los ambientes cinemátográficos (labor para la que fuerno encargados) pero que funcionan perfectamente por si mismas. Capaces de transportanos a cualquier lugar que imaginemos y que casi recomiendo escuchar per se sin remitirse a las imagenes. Me repito tanto y tantas veces que lo haré una vez más; Generalmente las partituras de dichas películas superaban por mucho las imagenes que ilustraban, siendo quizas este caso en particular uno de los más evidentes. Es cierto que en ocasiones saltaba la sorpresa, pero lo que es seguro es que las músicas, sus músicas, nunca nos dejaban en la estacada. La finesse.
 
Aunque bien mirado ahora, con sumo detenimiento y la menor subjetividad posible, tan sólo por haber dado lugar a las circunstancias pertinentes para que dicha música fuese creada y tuviese lugar, hay que agredecerle al pobre hombre su funesto tour de force, su empeño en ser uno de los irreductibles, aunque fuese éso lo más distante de la pretensión original. Disfruten, si gustan, de esee caos desordenado, de ese colapso artístico que tiene a bien perpetrar y disfruten también – y sé que sin duda gustarán- de las estupendas musicas que lo ilustran.