Mes: febrero 2013
KEVIN AYERS "Puis-je"
Son estos tiempos extraños. Motivada su extrañeza, en gran parte, por nosotros mismos. Por lo que hacemos pero sobre todo por lo que no hacemos. Tendemos a glorificar a menudo, de manera exagerada e injusta (exagerada por lo que les puede llegar a perjudicar, injusta por lo que sin duda les perjudicará) a personas y expresiones artísticas en las que se atisba cierto talento pero en las que en nuestro fuero interno sabemos que nunca acabarán por florecer. No es su culpa me digo, ni tampoco del todo la nuestra. Es tan solo el deseo de querer sentirnos mejor con nosostros mismos, la ilusión de pensar que hemos compartido nuestro tiempo con un genio, que hemos sido testigos de un momento y una obra excepcional.
No sucede este engaño sólo con la música, muy al contrario. Pero a estas alturas del partido es la música popular una cosa tan menor, tan orillada, tan demodé en comparación con otras disciplinas, que uno a veces duda que pueda sobrellevarse de otra manera. Me refiero a otra manera diferente a la que va de la exégesis personal a la rememoración casi onanista, esa manera empeñada en atesorarlo todo como si de las joyas de la familia se tratase. Es uno un poco Quijote -también un poco idiota- y muchas veces termino sorprendiéndome intentando defender algo de manera denodada, mucho más a menudo debido a los ataques que sufre que por las virtudes que atesora.
Esta semana se murió Kevin Ayers. Escribir una elegía de alguien que para uno se convirtió en lo elegíaco desde el mismo momento en que conocí sus canciones no tiene mucho sentido. No, desde luego, si no se hace bien. Y como no encuentro la manera de describir el estado de tranquila melancolía en que me hallo desde hace unos días, ni tampoco la repentina consciencia del paso del tiempo, ni mucho menos la efímera y brumosa felicidad que me depara escuchar una vez más sus canciones, intentaré resumirlo en uno de sus versos. En francés, cantando May i. Nada más lejos de mi intención que convertirme en un estraperlista del agasajo y si acaso lo pareciese, les pido por anticipado disculpas a todos ustedes, aunque antes que a nadie se las tendría que pedir a él.
Kevin Ayers ha viajado conmigo desde hace mucho tiempo, de la manera en que solo los amigos lo hacen. Unas veces dándome cobijo y consuelo, en otras irritándome por el talento malgastado. La mayoría de las veces haciéndome compañía, hablándome, escuchándome. No es poca cosa. Puis je, como les decía, no es otra cosa que una versión en francés de la imperecedera May I. Un revisión un tanto descabalgada si quieren, un poco Laissez-faire y profundamente evocadora. De apariencia frágil y ligera y sin embargo para uno, de profundo y hermético significado. Desprende despreocupada celebración del instante mientras parece asumir el dolor de la pérdida.
Regrabada en 1999 por Kevin Ayers con los músicos de Ladybug Transistor, se escondía en un pizpireto y frugal disco titulado Pop Romantique:French Pop Classics, publicado por el sello Emperor Norton. Anda por casa desde entonces y siempre recurro a él, exclusivamente por Puis Je, cuando necesito medicina y ungüento, cada vez que la molesta melancolía rezuma.
Todo el resto de las canciones que se hallaban en el citado disco eran versiones de clásicos; Le tourbillon, L’anamour, Contact, La poupée qui fait non, etcétera. Todas ellas canciones sublimes, por supuesto, tan sólo que uno piensa no necesitaban ser reinterpretadas. Que estaban bien como estaban. La única que no entraba dentro de esa categoría por poliédrica era Puis Je. Porque era otra canción y porque también era, milagrosamente, muchas canciones. Porque tal vez, en aquel momento, fuese todas las canciones del mundo. Evidentemente era la mejor del disco, de largo. Años después, en su último disco, obtendríamos la respuesta a nuestras preguntas: Podía hacer milagros …
ERASMO CARLOS. Onde a beleza se esconde.
¿Qué se puede decir de un disco que abre con una canción inédita del gran Caetano Veloso y que siendo estupenda no es, ni mucho menos, la mejor de ese Lp? ¿Qué se puede decir de un disco cuya segunda canción es un tête a tête con Marisa Fossa, delicado y sutilísimo, de una belleza que asusta, a punto de romperse?
Porque «Carlos, Erasmo», el disco de 1971 de Erasmo Carlos es un canto a la vida y sus recovecos. Es, tal y como dice «Em busca dos cançôes perdidas», la canción de Carlos Imperial , el lugar Donde los colores tienen sonido y las flores pasean, donde el dolor no accede y la tristeza no llega. Donde la belleza se esconde.
Porque hay circunstancias, recuerdos, personas, que existen antes incluso que las palabras y a quienes éstas no les podrán hacer justicia jamás. Porque aunque tomen carta de naturaleza al ser enunciadas están ahí ya desde mucho antes. Personas, recuerdos y circunstancias a las que sustenta un halo etéreo, neblinoso, de apariencia borrosa y que terminan por ser habitantes de una íntima cosmología que deviene fotografía de lo efímero de la existencia. Como por ejemplo Masculino, femenino sin ir más lejos: Precedidos por una luminosa intro de piano, acunados por las cuerdas, asoman mil recuerdos, muchas dudas y alguna certeza. Reminiscencias de Buffalo Springfield aquí, arreglos a lo Muscle Shoals allá (esos violines, puro Rainy Night in Georgia). Harry Nilsson en una esquina, zascandileando mientras sonríe y da el penúltimo trago justo en el mismo momento en que los Jordanaires se arrancan con unos ensoñadores Ooooh-Ooooohoo. Pero aparte del recuerdo también es mucho más. Es rememoración, una mirada hacia el pasado, en ocasiones incluso un exordio de la invocación al encantamiento y a la seducción del hecho amoroso. Es tanto la perfección perecedera del instante como la volubilidad del deseo primero, una loa a las pequeñas cosas y a su lírica futilidad. Y aunque perezosa e imperfecta, es sobre todas las cosas algo real. Un cuento, una fábula que nos habla de una pareja amaneciendo juntos, que nos habla de la renuncia y la consciencia de lo inminente del adiós. Que habla, en definitiva, de cualquiera de nosotros; Unas veces actores y otras espectadores, imaginando, viviendo incluso, la novela que acarrean, que acarreamos nosotros.
No errar siendo uno un pesimista es algo relativamente sencillo. Cuando casi todo lo que nos rodea viene decorado por un barniz impostado, coronado por una cierta hipocresía profiláctica o, en su defecto, por una seguridad que no es tal, entonces es sencillo. Ahora bien, errar siendo uno de natural optimista, empeñado en ver lo que hay de bueno en la humanidad es algo mucho más difícil, una tarea tan ardua que requiere de disciplina y libertad y el riesgo de ser etiquetado de ingenuo. O de tonto. Por eso Gente aberta es un canto a la bonhomia. El fogonazo inicial puede ser tanto tenue y tembloroso como excesivo e incontrolado. Un confesión susurrada al oido puede transportarnos a otra vida si le prestamos la suficiente atención. Desde el mismo instante en que escuchamos el susurro de Groovin (la acústica, los bongós y el piano conversando), soterrado todo ese mantra bajo la melodia, comienzas a pensar que las cosas, con una pizca de fortuna y de empeño, podrían ser de otro modo. Acaso sea ese uno de sus efectos más evidentes, la esperanza que desprende. Mecerse en su vitalidad irreductible y en su alegria de vivir mientras se deja uno acariciar por la curiosidad y la ilusión de lo que puede llegar a ser. Bailar al son de un Vals sensual, tan repletas de buenas intenciones como proclives a la mala interpretación como lo son las flaquezas humanas y las heroicidades cotidianas.
Anda uno divagando -disculpen, una, otra más, de mis taras- en voz alta sobre ésto y aquello cuando, a punto de terminar la primera cara surge una nueva vuelta de tuerca, la enésima sorpresa. La exuberante redifinición del concepto de modernidad. Y lo que hasta ese momento ha sido modernidad, sí, de carácter naturalista e íntimo, mero reflejo del narrador y con ello de su tiempo, se torna ahora también espejo de un tiempo y, por tanto, de él mismo también. Siendo parte y siendo un todo de algo que acaso no pueda ser de otra manera y que por tanto tampoco podrá ser nunca igual.
El detonante es una canción de Jorge Ben compuesta en 1965. Puro rocanrol. Inicialmente el trasunto de un conjuro, en apariencia un himno al bonvivantismo ilustrado, muta de repente en hedonismo repleto de combustible para la pista de baile. La receta parece sencilla aunque cocinarla en sus proporciones exactas resulte harto complicado, veamos; Tomen prestada la estructura del Psyche rock de Pierre Henry y un cierto aire a Jean Jacques Perrey. Incluyan las campanillas juguetonas y algunos de sus efectos de electrónica analógica. Súmenle un Fuzz lascivo y una batería cuadriculada, casi primitiva. Reciten una letra sustentada en unas estrofas de apariencia ligera e inofensiva pero teñida de una profunda carga generacional (la celebración del muchacho convertido en hombre con un futuro por delante, aquel que sus padres no tuvieron) y cuéntese su historia de una manera casi tribal, algo así como un mood de posesión vudú que combine lo profano y lo litúrgico. Conviértase finalmente ese latente lamento en celebración evidente, multitudinaria. ¿Ya?. Bien, estupendo. Bailemos … Ahora ya nadie llora más... Un trip perfecto que encaja sin problemas tanto en un Night Club desprejuiciado como en cualquier fiesta callejera. Una canción que transcurre entre la narcótica celebración del momento y la intención sincera de compartir aquello que está por venir. Un himno que es deseo y alegría, reencuentro y celebración. Agora ninguem chora mais.
Lanny Gordin y su guitarra, taladro sutil. Regis Moreira al piano, el más clásico de los modernos, el más moderno de los clásicos. Los arreglos de Rogerio Duprat. Funk mutante, coros que son puro nervio: Una cancion de Marcos Valle.
Existen discos estupendos y de valor incuestionable que una vez escuchados por primera vez ya te lo han dicho todo. Son discos, por decirlo de alguna manera, inmutables. Y para quien les habla, lo siento, discos finitos. Tal vez espléndidos, quién sabe, pero con fecha de caducidad. No enumeraré unos cuantos aquí por no molestar a nadie y porque nada importa en realidad. También existen otros, mucho más raros y escasos, que nos cuentan muchas cosas con las sucesivas escuchas. No tienen porque ser mejores, sino sucede que son otros, sin duda mucho más provechosos: «Heliotropo», «Death Of a Ladies man», «Gino Paoli», «L’homme a la tête de chou», «Bambino», «La question», «Oddesey And Oracle», «La voglia, la pazzia, l’incoscenza, l’allegria» o este «Carlos, Erasmo» son ejemplos resplandecientes . Discos que lejos de querer contarnos lo que acontece desde la grandilocuencia y el boato lo que hacen es contárnoslo desde la humildad y la sencillez. No estoy hablando de su aparato o de sus fanfarrias técnicas e instrumentales, cosas que pueden llegar a ser incluso necesarias. Eso me da un poco igual ya que al fin y al cabo no son más que mero atrezzo, en ocasiones hasta necesario, una manera de situarse frente al mundo y enfrentarse a sí mismos y a su intimidad. Son para uno, cuando se produce el milagro, discos poliédricos. Discos que son uno distinto después de cada audición y que por lo tanto son inacabables. No creo que haya tantos.
(Otra) canción perfecta. BILL KENWRIGHT "Tiggy" (MGM, 1969)
Obviamente a continuación no procedía otra cosa que agenciarse una copia. Ayer llego a casa. Me encantan estas historias, que le voy a hacer…
GIANNI MARCHETTI. "El magnífico Tony Carrera"
«¿Qué haría usted con Tony Carrera? Ese hombre de rostro nuevo y atractivo, habilidoso, merece que se haga algo con él»
«El magnífico Tony Carrera» (1968) fue una más de las coproducciones europeas en la cual tuvo – y no me pregunten por qué, aún no lo sé- la fortuna de verse envuelto el catalán José Antonio de la Loma. Director de tan proverbial impericia como estajanovista empeño había comenzado muy pronto -aunque visto lo visto con escaso provecho- en el mundo del cine. Muy joven, a principio de los años cincuenta, había entrado a trabajar a sueldo para la productora de uno de los titanes del exploito hispano, el ínclito Ignacio F. Iquino, para pocos años después pasar a formar parte de la productora Laurus films, propiedad del actor Conrado SanMartín.
Rodada en Amsterdam y con un elenco psicotrónico (Thomas Hunter, Gila Von Weiterhausen y Fernando Sancho) la sinopsis de la película, sucintamente, gira en torno a un ladrón semirretirado, próximo a contraer matrimonio, que es obligado a ejecutar un último trabajo; debe robar un misterioso maletín que se encuentra en una fortaleza custodiada por el ejército. Espléndidamente fotografiada, de manera vivaz y moderna, por el aragonés Victor Monreal, prematuramente fallecido en un desgraciado accidente de tráfico.
Pero musicalmente fue otra cosa, vaya si lo fue. Decía que la partitura fue compuesta por el maestro Marchetti y es en mi opinión lo mejor, de largo, de todo el proyecto. Algo, por otra parte, que dicho así parece desmerecer la labor de Don Gianni y que no es en absoluto así, muy al contrario.