SHE’S EVERYWHERE.Playlist.

 

 

Ya he subido otras veces alguna playlist. Hay gente a la que no les gustan nada, y ya lo siento. A mi en cambio me divierte mucho elaborarlas y mucho más aún escucharlas pasado un tiempo, sin créditos ni referencias. Resulta curioso, mientras las oigo, imaginar que canción encajaría bien después. Unas veces te descubres acertándolo (atención, acertando algo que tu mismo has perpetrado, así de perjudicado me encuentro) y en otras, la mayoría de las ocasiones, dejando brotar del subconsciente canciones que tenías arrinconadas, casi en el olvido.
 
Como resultado obtengo una hora de música que aunque inicialmente solo pretende hacer compañía, acaba, como las famosas muñecas rusas, remitiendo a otras, y éstas a otras, y después a otras más, para finalmente llegar al embrión. En esta ocasión, lo siento, la melancolia.
 
 
 
 

LOS AMAYA Y SU COMBO GITANO. (Emidisc, 1971)

 He aquí el verdadero nuevo testamento. Algo que podría ser la carta fundacional de la nueva rumba catalana, la que siguió la senda iniciada por los tres grandes;  Pere Pubill Calaf «Peret», Antonio Gónzalez Batista «El Pescailla» y  Josep María Valentí «Chacho». Aquella que bebió tanto de la tradición flamenca como de la influencia afro caribeña pero que también fue permeable y receptiva con la música de su tiempo, huyendo de integrismos, mestiza y gitana.  
 
En parte debido a esa mezcla de influencias, en parte por la habitual infravaloración que entre la alta cultura existe sobre lo popular, se la tuvo por un palo chico, orillada por los puristas, quienes si no prácticamente renegaron de ella, sí, al menos, la tuvieron por poco menos que un chiste. Pero no se le puede poner puertas al campo. Esos jóvenes cachorros carecían afortunadamente del espíritu endogámico de sus mayores, mostraban un apetito voraz por todo aquello que les otorgase visibilidad -sin por ello renegar de su pasado- y estaban orgullosos de formar parte de su tiempo partiendo de su cultura.
 
Les daba igual que esa música fuese la banda sonora de algún exitoso spaghetti-western, la revisión de clásicos caribeños o el hit del momento, mientras la pieza encajase en su particular universo, poblado de guitarras ventilador y palmas supersónicas que por derecho -y a veces por simple necesidad- solía ser lo habitual, lo convenido, para un género que, a lo sum, podía ir acompañado de algún piano destartalado.  Ellos tiraron por la calle del medio, sin complejo alguno. Decidieron incluir bongos, percusiones, sección rítmica e incluso órganos hammond con el mismo e impecable sentido del ritmo, ajustado el tempo, desbordantes de vitalidad. Incluso se atreverían con las guitarras eléctricas («Bailen mi rumbita»). Desparpajo soul y la mirada en los orígenes, con un talento mucho mayor del entonces -y me temo que también hoy- convenido. Sino por los aficionados, si por los advenedizos. Una avidez y curiosidad que mostrarían de manera orgullosa, casi impúdica a lo largo de su carrera.
Llegados muy jóvenes a Barcelona, José y Delfín Amaya (sobrinos de la bailaora Carmen Amaya y protegidos de su guitarrista Andrés Batista) comenzaron fogueándose a finales de los sesenta en cualquier tablao o fiesta en la que fuesen recibidos. Tras esos años de milicia, asentadas las tablas necesarias, en 1971 publican uno de los discos de debut más soberbios que se recuerden por aquí y -por qué no decirlo- también de por allá; «Los Amaya y su combo gitano».
 
  Doce canciones perfectas. Ninguna propia todavía, eso será más adelante. Pero tampoco versiones. Quiero decir con ello que sí, que son revisiones de otras, pero desde el mismo momento que caen en sus manos se tornan propias, suyas, de nadie más. Fuesen éstas originalmente de los puertorriqueños Hector Rivera («Bailadores») o Tito Rodriguez («Bacalao salao»), del cubano Roberto Puente («Caramelos») o del mismo Ennio Morricone («El bueno, el feo y el malo», «La muerte tenía un precio»). Una  verdadera obra maestra hecha a partir de la falta de pretensiones más absoluta, pura alegría de vivir. Incólume en el tiempo, agrandándose a cada día que pasa. 
 
Clase. Mucha. Toda la del mundo. A rabiar


 
 

BERGEN WHITE. For women only. (SSS Int. 1970)

 
 
  Dentro de las inútiles clasificaciones que de la música y de los discos solemos hacer -bien por comodidad, bien por seguridad, bien por mera simpleza- existe una, relativamente reciente, a la que podríamos llamar Wilsoniana y que vendría a ser aquella conformada por los discos cobijados bajo el manto protector y la influencia de Brian Wilson, con sus logros y errores. Obras dotadas de tentáculos interminables, de aristas muchas veces desapercibidas, que parecen querer aspirar a la cuadratura del círculo. Son discos realizados como un tótum revolútum, entre la genialidad y la demencia, a veces también desde la casualidad y a menudo orillados por el paso del tiempo al ser considerados otra cosa, distinta y menor. Son discos llenos de hallazgos y también aquejados de obsesiones. Discos que partiendo de la melodía se muestran indesmayables en la búsqueda de un perfeccionismo que se nos antoja imposible. Pop barroco, multiforme, de orquestal y esmerada producción, que navega con dificultad entre lo confesional y lo grandilocuente, en constante y peligroso equilibrio. Y que en las ocasiones en que consiguen mantenerse incólumes, sustentados por la pureza y lo anacrónico, subvierten lo peyorativo que esto último implica hasta llegar a alcanzar una categoría propia, la de estrellas errantes de luminosidad perpetua.
 

  Música arrebatadora cosida por arreglos delicados; Cuerdas que sostienen el tempo, órganos, clavecines, pianos de cadencia clásica, guitarras elegantes empeñadas en dotar de cuerpo a la composición. Vientos sosteniendo a coros celestiales, voces que surgen de esa marea tranquila para recitarnos su novela y que pese a parecernos insólitas e incluso inadecuadas en un primer momento acaban por encajar como un guante de terciopelo en ésa su aspiración de componer la perfecta sinfonía adolescente.

 

 Son también, visto desde el prisma narrativo, esbozos fuera de tiempo -tachados en ocasiones de ñoños tras una apresurada escucha, convertidos en trasuntos de la urgencia vital cuando nos vemos reflejados en ellos- que pretenden ilustrar vidas, miedos, anhelos, de una forma a menudo grandilocuente y que, perdonen el oxímoron, lo logran sin embargo de manera modesta y humilde. Discos capaces de hipnotizarnos hasta conseguir una inmersión absoluta a nivel personal que afortunadamente evita para siempre el riesgo de cualquier ambiciosa o petulante pretensión generacional. Unas veces historias sobre la fascinación del instante y del hechizo, otras sobre la melancólica soledad del vacío y sobre la doliente pérdida, siempre anclaje en la memoria, tal vez lo único que sobreviva. Historias construidas por una endeble pero infalible arquitectura y que, en las ocasiones en que ésta logra mantenerse erguida, terminan por ser fiel retrato de una obsesión que nos consume, cuestionarse el sentido de la vida. Historias alejadas del proselitismo gregario y plenamente conscientes de su irremisibilidad. 
 

Y es ahí donde el único disco que conozco de Bergen White, «For women only», entra por derecho. Un Lp que le aguanta el pulso orgulloso y retador a cualquiera de las obras que cada uno de nosotros (En mi caso Pet sounds, Present tense, The Further Adventures of Charles Westover, Odessey & Oracle, Someday man, A Midsummer Daydream, etc) estimemos como imperecederas, canónicas, de una pieza

 

 Bergen White entra muy joven a trabajar para Hit records, un sello de producciones baratas cuyas ediciones se vendían en supermercados,  especializado en lanzar singles con versiones de los éxitos del momento. Apenas observa la mínima posibilidad de meter la cabeza allí donde siempre había querido, deja su empleo como profesor de matemáticas y se lanza sin red. Hit records tenía la costumbre de permitir que en las caras B de esos sencillos sus colaboradores incluyesen alguna composición propia. Es allí donde conoce a Bill Justis, el arreglista jefe del sello, quién seducido por su talento le sugiere que comience a realizar orquestaciones e incluso permite que se incluya, con seudónimo, alguna de sus composiciones. 
 

Por aquella época Ronny and the Daytonas -la respuesta desde Nashville a los Beach Boys– alcanzan el # 4 en las listas con «GTO». En muy poco tiempo tienen que tener a punto un Lp y además hay que girar. Invitado por sus amigos de infancia Bobby Russell -quién cantaba en «GTO»– y Buzz Cason (con quienes había tenido un grupillo adolescente llamado The Todds) y conociendo también a John «Bucky» Wilkins, lider de la banda junto a Buzz Cason, entra a formar parte de los Daytonas como músico y cantante de acompañamiento. Es durante esa gira cuando conoce a Brian Wilson, ya un tanto hastiado de la poderosa máquina de Surf, de la sonrisa perenne impuesta y las odas al cuerpo (y a la mente) sano que el ya nunca tendría mientras en su cabeza comienzan a gestarse lo que serían esas dos obras maestras, lacerantes y hermosísimas, que responden por «Pet sounds» y «Smile»

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Motivado y seducido, casi impelido por un alma gemela indicándole el camino, Bergen White comienza a dar rienda suelta a sus dotes y habilidades. Un primer sencillo en Monument («If it’s not asking too much») es su pistoletazo de salida. No pasa nada con él, aunque eso no parece desanimarle. Su carrera como arreglista ha comenzado a emerger tras el éxito de su trabajo para Tony Joe White en «Polk salad Annie». El mismísimo Rey requiere de sus servicios y eso ya son palabras mayores. Colaborará con Wanda Jackson, con Glen Campbell, con Margo Smith, con Duane Eddy, con Dottie West hasta obtener algo así como un status profesional. Por fin parece haber entrado en las grandes ligas. Pero en su mente sigue bullendo una obsesión; su disco. Finalmente, en 1970, se pone manos a la obra. Grabado en Tennesse, con la creme de la creme de los músicos de Nashville (Charlie McCoy, Norbet Putnam, David Briggs, Mac Gayden, Wayne Moss, etc) «For women only» es el resultado de una alquimia única; El romancero del american gothic, las baladas cosidas por imaginativas orquestaciones y ceñidas a la melodia con inusitado rigor. El Pop de la costa oeste, el Country & Western ... Pericia y sensibilidad. Inmediatez y elegancia. Portentosos arreglos de frágil belleza y un estilo vocal que ora remite al doliente Del Shannon -acaso tres escalones por debajo de su vituosismo- ora a un Richard Carpenter maduro, por fin consciente de lo que se trae entre manos.

 

   Lastrado por una portada poco afortunada que remite a las series económicas, incluso a los exploitos oportunistas («…Todo el mundo me preguntaba sobre ella. Todos me preguntaban si eran Ted Kennedy y Mary Jo Kopechne. Yo les respondía que claro que no. No tengo ni la menor idea de donde vino la portada. El tipo obviamente no era yo aunque la mujer era bastante guapa …») Con una estrategia a cargo del sello de Shelby Singleton cuanto menos discutible (editar inmediátamente después del lanzamiento un sencillo –«Spread the world»– no incluido en el Lp y con un sonido que no tenía nada que ver, no parecía la mejor idea posible) el disco acabó ubicado definitivamente en el cajón del Soft-Pop más inane y peyorativo. Era el tal Shelby Singleton uno de esos corsarios prestos a desvalijar cualquier navio con problemas, uno de esos buscavidas dispuestos a hacer caja sin importarles las bajas, ya perro viejo tras haber estado en Mercury y su subsidiaria Smash. Con estos mimbres estaba claro que a «For women only» no le quedaba otra que entrar a formar parte, desde el mismo momento en que se publica, en esa extraña categoria de discos que pierden la carrera antes de comenzarla.
 

  Y es una lástima. El disco tiene todo lo que uno le pide a obras así. Composiciones soberbias firmadas por él mismo («It’s over now», «The bird song»,»On and on») junto a las de su amigo David Gates («Look at me», «Gone again»). a su lado canciones de Mickey Newbury («Let me stay awhile»), de Barry Mann («She is today», «Lisa was») o de Townes Van Zandt («Second lover’s song»). La orquestación es delicada pero no melosa, firme, con la clase y el tono necesario capaz de huir de lo meramente sentimental para quedarse en lo emotivo, jugando con lo etéreo y lo melancólico. Las melodías son de raíz clásica, inventivas y ricas. Los arreglos osados; flautas y cuerdas con fuzz y clavicordios… Curiosamente todo casa en armoniosa, sorprendente perfección. Lo que en un principio podría ponernos a la defensiva -la obra de un arreglista dispuesto a mostrarnos todo su abanico de trucos- se convierte en un disco que del mismo modo que da carta blanca a las pretensiones de un profesional del estudio (habituado a dar al cliente lo que se espera de él y no lo que pretenda en su fuero interno o considere más apropiado) obtiene como resultado, tal vez gracias a ello, algo ajustado, con vuelo evocador. Si además los textos huyen de lo melifluo, adquieren un trasfondo confesional y nos permiten varias lecturas, lo que obtendremos será un disco que es a la vez tónico y cauterizador, un disco que narra los itinerarios de la obsesión, los precipicios y las cimas de un modo pausado e implacable. Un disco, en definitiva,  al que querremos volver tantas veces como nos sea posible, en los momentos de desolación y , sobre todo, en los de esperanza.

 

El disco fue reeditado por Revola en cd en el año 2004, incluyendo además del tracklist del lp original tres singles no incluidos en él, unas notas exhaustivas a cargo de Steve Stanley (que me han servido para documentarme, tomando datos históricos) y declaraciones en exclusiva de Bergen White acerca de cada una de las canciones.
 

La Lupe & Tito Curet Alonso. (Tico,1974)

No sabría explicar muy bien por qué pero cada vez que escucho a La Terremoto me acuerdo de La Lupe y a la inversa. La misma arrebatadora pulsión, la iconoclasia por bandera. Un soterrado y atormentado universo propio emergiendo orgulloso, tan inoportuno en su tiempo en la celebración del drama y el arrebato como lo sigue siendo hoy en día. Es sabido que cualquier celebración comporta, antes o después del júbilo, la asunción del fracaso y en eso -y en otras muchas cosas- ella fue el epítome. Algo así como el estandarte de ese tipo de mujeres de rompe y rasga, de temple independiente y a la fuerza belicoso, en un mundo en el que si no te plantabas podías acabar rota y rasgada sin tener voz ni voto.
 Más de un lustro después de su colaboración inmortal («Puro Teatro», «La Tirana», «Carcajada final»), el talento indesmayable de Catalino «Tito» Curet Alonso y ese prodigio de la naturaleza que fue Lupe Victoria Yolí Raymond volvieron a reunirse en «Un encuentro con la Lupe» (Tico, 1974). Con la colaboración de Pappo Luca en los arreglos de las canciones de raigambre más Salsera, de Joe Cain en las aboleradas y de Hector Garrido en acaso las dos más sublimes, el Lp es un chulesco paseo -otro más- de La Lupe por toda la panoplia de los estilos denominados Latinos; Guajira, Salsa, Son, Boleros… Un disco, como todos los suyos, lastrado si se quiere por una personalidad excesiva, cuyo casi único código de acceso es la inmersión absoluta en ese mundo tormentoso de las pasiones desaforadas o mejor dejarlo estar y que contiene, para quién suscribe, dos de sus más rotundas demostraciones de tronío. Antagónicas versiones del amor. La una asumiendo -a su pesar- el aleteo conquistador del ser amado, aceptando el precio del camino sin tan siquiera mirar la etiqueta con su precio, impasible ante el qué dirán, diligentemente sumisa y sin embargo muy consciente del dolor procurado. La otra en cambio gozosa. Celebrando las flaquezas del amor, del ser amado y de una misma. Casi se puede percibir el tic tac del reloj en sensual cuenta atrás anunciando el deleite a punto de llegar.
 
 
 

DEE EDWARDS. Why can’t there be love. (Belter, 1971)

 

 
Una joya menor, semi olvidada aunque siempre resplandeciente, hoy de actualidad al ser sintonía televisiva de un anuncio de Adidas. Fue editada en España por Belter, el sello barcelonés que se hizo de oro con Manolo Escobar y otros titanes de la copla y el flamenco hispano y cuya pujanza se mantendría hasta principio de los años setenta. Un sello también anárquico, sin estrategia alguna que fuese más allá del pasado mañana y cuyo plan consistía en publicar cualquier cosa que cayese en sus manos; Desde la distribución del catálogo de Atlantic en su primera época -cuyos derechos ostentaron antes de pasar a Hispavox– hasta regalarle al mundo las obras completas de los Tres Sudamericanos, pasando por Lee Grant & The Capitols, Los Hippyloyas, Bebo Valdés, el primer Dick Dale, Los Huracanes de la segunda etap, aquella en la que flirteaban con el Soul o dar pábulo al repertorio más heterodoxo del Flamenco y de la Rumba que quepa en cabeza humana. Por resumirlo de alguna manera, cuando se pregunten si tal o cual disco vio o no edición nacional, dedíquense a bucear en su catálogo, probablemente tengan suerte; Yamasuki, Taiconderoga, Free Pop Electronic Concept Band, The Khun Brothers & The Mad Rockers, Soledad Miranda … 
 
Una vez metidos en harina, rumbosos y siempre disparando a todo lo que se moviese, crearían BP (nada que ver con el emporio petrolífero, para su desgracia, aunque conociendo el paño igual también trincaron por ahí, quién sabe) un sello pseudo progresivo donde cabía por igual ora el popsike progresivo de Control ora la psicodelia hard-rock de Furia ora gloriosas macarradas de cuero y sulfuro como Ella tiene el cabello rubio de la Albert Band. Por el camino uno podía asistir a los episodios mas modernos de Rudy Ventura (Sigo soñando et al) o quedar estupefacto ante las aventuras electro disco del gran Josep Llobell. Siempre, bien es cierto, que perpetrado al más puro estilo español,  desastrado y a medio terminar y con especial inclinación por todos los tejemanejes nacionales habituales; contratos sui generis, lanzamientos invisibles, licencias controvertidas, ausencia de créditos, recopilatorios chanantes… Señalado todo esto es de ley señalar también su haber: No otra cosa que precisamente ese todo vale al lado de una osadía temerariamente gozosa y un diseño de portadas, conviene recordarlo, supremo.
 
  Pero a lo que ibamos. «Why can’t there be love» de Dee Edwards ha sido -de siempre- una pieza que no podía faltar en cualquier fiesta de Northern soul que se preciase, en cualquier fiesta si queremos ser rigurosos. Desde ahora, me temo, una locura en forma de canción cuya cotización alcanza cifras de tres dígitos, quién se lo iba a decir. Cosas de las modas, aunque ojalá todas fuesen tan soberbias y elegantes como esta canción.