DISCOS, DISCOS… Una conversación con Vicente Fabuel.

 

Conozco a Vicente desde que yo tenía dieciséis años, la primera vez que entré en Oldies, allá por 1983/1984. Junto con Pepe y Carmen es dueño de la mejor tienda de discos que he pisado nunca, si para así definirla consideramos necesario que sea un cómputo casi secreto (por las diversas cantidades en su composición) de material interesante, curiosidad, dedicación y profesionalidad, conocimiento panorámico de aquello que se ofrece y tanta generosidad como nula vanidad en la, para mi, necesaria enseñanza.  Es norma en nuestro país hablar bien, en el extraño caso de así hacerse, a toro pasado, cuando en nada se puede satisfacer o devolver parte de lo regalado a aquel de quién así se habla. Y aunque a veces es cierto que el halago debilita, sostengo que no tanto como lo puede llegar a hacer el menosprecio y el ninguneo. No estoy diciendo, afortunadamente, que sea ese su caso, pues Vicente Fabuel es voz autorizada en el afán de intentar comprender y explicar la música. Autor de múltiples recopilaciones musicales (los diversos volúmenes de «Sensacional Soul», «Chicas» o «Algo Salvaje») su labor va mucho más allá de la digna arqueología, hasta llegar a conseguir poner en sitio y lugar muchas de aquellas extraordinarias aventuras que sucedieron -y suceden, aunque cada vez menos, me temo- en este país nuestro llamado España.

Hasta hace no mucho quien esto escribe tenía una bitácora en Blogspot. La dejé aparcada un tiempo hasta que -ya saben, la cabra tira al monte- decidí empezar de cero en otra plataforma, en este caso WordPress, la que ahora leen y se imaginan cuanto yo se lo agradezco. En el año 2012 transcribí en el primero una charla entre ambos y antes de desaparecer ese primer blog, he pensado que sería interesante trasladarla aquí. Me precio de contar con su amistad y la de su inseparable Isa, y la verdad que conforme pasa el tiempo advierto que mi deuda con ellos es de esas que no se pueden saldar, pues no están regidas por el prosaico asunto pecuniario sino por la generosidad en la enseñanza y la paciencia en la apertura de esta cabeza dura que uno lleva a duras penas sobre sus hombros.

Así pues ya no les canso más. Si en algo valoran lo que regurgito no duden en absoluto, ni por un solo momento, que es debido a la dilatada compañía y atenta escucha de tan querido Pigmalión. Si, en cambio, advierten mis múltiples taras, descuiden. No es su culpa en absoluto, sino que viene ello debido a mi merma evidente a la hora  de sacar  provecho de los tan amplios conocimientos ofrecidos.

Vamos al meollo;

«… Esto yo no lo he visto nunca. Creo que es un caso único»…

El que así habla es Vicente Fabuel; aficionado, coleccionista, tendero, cronista, recopilador musical (Los dos volúmenes de «Sensacional Soul«, a punto ya un tercero, «Chicas», etc) y amigo, mientras me enseña la galleta de la primera edición de «Dioptría» de Pau Riba. En ella, justo debajo de varios títulos de las canciones se puede leer, impresa, la sentencia No radiable

 

Más…

«Un chafón. Alguien me lo ofreció. Tengo el ep de Mantequilla group y, aunque nadie que yo conociese lo tenía, siempre había oido que existía también un Lp, en, como no, Belter. Un Lp bajo otro nombre pero los mismos músicos; Ricardo Roda, Salvador Pons… quienes por cierto, diez años después estaban en Máquina, en su etapa más setentera, más soul. Lo compré a ciegas, dos fotos de baja calidad y algún comentario. Incluso me llegué a excitar pensando en una versión del ¡»Gwendolyne»! por ellos. La portada me hizo salivar, con la foto de cuatro tipos que imaginabas ser ellos apoyados en un 124, un torreón y un jardín detrás. Sí, muy Belter todo. Pero, ¡ay!, resultó ser un recopilatorio del sello, de varios artistas, que incluía su único ep, el que ya conocía, junto con cosas de Giorgio y otros interpretes»

Los sinsabores del coleccionista. Muchas veces aventura, otras deseo, a veces sorpresa. Y no siempre negativa. Avatares a los que todos, incluidos los más avezados, están expuestos.

Tu relación con la música ¿de dónde viene?. En tu casa ¿Eran melómanos?

Mira, te voy a enseñar una cosa. Ésta es una de las fotos que guardo con más cariño. Aquí me tienes, allá por 1963 (Me muestra una foto en la que se ve a un niño sonriente junto a dos adultos, jóvenes más bien, en una piscina que resultan ser los Baños de Chulila, su pueblo natal). Es el primer recuerdo que tengo de volverme loco con la música, de ser consciente de haber caido subyugado en ella, de una manera nada intelectualizada sino arrebatada. Esa mujer que ves en la fotografía era la amiga de una tía mía. Vino a pasar el día con nosotros. Llevaba una guitarra. Se puso a cantar «Speedy Gonzales» y me quedé bobo, literalmente, supongo que por la suma de las dos cosas. Me pasé todo el santo día mirándola y escuchándola como quién ve y escucha a una Diosa. Fue algo increíble, como una revelación.

En mi casa, por aquel entonces, discos no habían. Sin embargo tengo otras fotos y siempre, como por arte de magia, hay un instrumento en ellas; una guitarra, un acordeón. También recuerdo a mi madre tarareando o cantando a todas horas. Así que muy pronto advertí que yo era totalmente vulnerable a la música. Vulnerable en términos clínicos. La música subía y bajaba dentro de mi. No estaba protegido ante todo lo que me provocaba. Y no me molestaba, muy al contrario. Mi grupo de amigos en la adolescencia éramos una pandilla muy musical. Quince o veinte críos con relativos medios. Teníamos alquilado un piso, a modo de club. Recuerdo un poster inmenso de Música Dispersa en la pared…

¿De qué año estamos hablando?

De principios de los setenta, 1971, 1972. La verdad es que éramos unos privilegiados, yo al menos así lo recuerdo. En ese piso escuchábamos música, hablábamos, bailábamos. Nos juntábamos con las chiquillas, las manoseábamos malamente. Lo que se podía y lo que te dejaban. Pero siempre con nuestra música al fondo, con aquella que habiamos elegido…

¿Y la relación con el objeto en sí?

Pues supongo que empieza ahí. Nunca he maltratado a un solo disco. Por supuesto que me he desecho de algunos, generalmente en cambios por otros. De lo que me he dado cuenta con el tiempo es que los discos son un poco como una muleta. Tenemos que tener algo, más allá de la familia, los amigos o el trabajo, en lo que podernos apoyar. Todavía hoy me acuerdo perfectamente dónde y cuándo descubrí aquellas canciones que me impactaron de un modo inolvidable. Qué era lo que estaba haciendo en ese momento. Estoy hablando, obviamente, de aquellas que verdaderamente lo han hecho, cuidado. Porque acarreamos miles de canciones a cuestas pero muchísimas menos grabadas a fuego.

A mi, con algunas canciones, muchas veces me ocurre que llega un momento en que se van. Y si son -o al menos así me lo parecen- realmente grandes siempre acaban por volver. ¿Te sucede a ti algo parecido?

Una de las cosas que más me chocaban, desde la época adolescente que recordábamos antes, era que siempre, mientras mis amigos terminaban por decir sobre una canción aquello de ya está pasada, si a mi verdadermente me gustaba, me llevaba loco. Nunca me cansaba de ella. Jamás. Y a día de hoy sigue sucediéndome. Por supuesto que hay un pico de excitación. Eso a veces ha llegado a darme miedo. En ocasiones me levanto a medias de una canción para poner otra, no la dejo terminar, como si quisiese preservar el hechizo. Estas navidades mi mujer me regaló el single de «Enough» de Bohemian Vendetta. Es una canción brutal. ¿Te puedes creer que tan sólo la habré escuchado tres o cuatro veces entera?. La gente, por lo general, no hace eso. A lo mejor es porque tienen pocas donde sumergirse. ¿A ti no te pasa?

Uff! no sabría decirte. A veces sí y a veces no. Quiero decir que hay ocasiones que la sensación con alguna canción es tan intensa, más propia del sexo arrebatado, que no puedes parar. Lo que quieres es más y más, sin detenerte a pensar si se puede acabar. Ayer mismo, con el single ese del sello Spiral que acabamos de escuchar, me sucedió. Lo escucharía como veinte veces. Haciendo otras cosas, vale; escribiendo, viendo discos… pero no podía dejar de hacerlo, de hecho creo que ni me lo propuse. La excitación mandaba.

A eso yo lo llamo un ligue. Es la excitación del descubrimiento, otra cosa interesante. Yo tengo más años que tu y todas esas cosas las he ido analizando en la medida de mis posibilidades. Por ejemplo, me he dado cuenta de que tenemos -al menos yo tengo- un lado Quijote. Te ves obligado a defender discos. No frente a opiniones encontradas si están argumentadas sino frente al desprecio.

A mi tambien me ocurre. Es un poco aquello que decía Fernán Gómez «El pecado nacional no es la envidia sino el desprecio». Muchas veces me ha pasado defender algo más incluso de lo que quería o imaginaba, de manera mucho más encendida, como reacción frente a ese desdén.

Claro. Te creces. Si tu me argumentas que un disco que a mi me entusiasma a ti no te gusta por ésto y ésto, automáticamente ahí hay un equilibrio y un respeto. Ahora bien, el desprecio, el ninguneo que suele ocurrir cuando uno se refugia en los lugares comunes -generalmente acompañado de la falta de conocimiento del asunto en cuestión, al artista, al estilo, a la canción, y dejémoslo ahí- acaba por molestarte y hace que brote ese lado Quijote.

No es ni el soporte ni el formato que prefiero pero últimamente estoy poniendo en valor los Cds de Ramalama. Te dan una visión panorámica de los grupos. De lo que hicieron; malo, regular, bueno o mejor. Tu escuchas e inmediatamente las canciones, la obra, pasan a un tribunal. Sin jurisdicción, el tuyo. El concepto y la estética es un poco así, sin duda, pero su valor reside en que te ponen en situación, te colocan delante de una obra. Tal vez oscurezca los detalles, algo importantísimo, pero con eso, como con otras cosas en la vida, hay que contar.

Volviendo un poco a las canciones que te acompañan siempre y al lugar donde te enamoraste de ellas. O te reenamoraste, que también puede suceder. Recuerdo estar en el coche, en la Avenida del Cid, en frente de Correos, esperando a que Isa saliese. Un Cd de Ramalama, el de los Mustang, sonando. De repente aparecer «Me voy lejos» y volverme loco. Literalmente. Hasta que un guardia golpeó en la ventanilla y me dijo «Oiga, quite el coche de ahi, no puede estacionar en doble fila»

Jajajaja… ¿Sueñas con canciones, con discos?

Constantemente

Te lo pregunto porque yo no soy de recordar sueños, pero sí tengo uno casi recurrente, relacionado con los discos y que se reproduce con frecuencia irregular; Muchas veces sueño con discos que no tengo, algo supongo natural. Pero en otras lo hago con discos que sé que tengo y que no logro encontrar. Suele ser desesperante.

Si, esas combinaciones me imagino que deben ser similares entre todos los afectados por nuestra enfermedad. En mis sueños aparece mi mundo, que es un poco más bizarro que el tuyo. Se juntan clientes, conocidos y amigos… diálogos sobre música con mi socio que nunca han existido. Además cuando estás hablando con alguien en la realidad, al menos teóricamente, eres dueño de tus palabras y de tus ideas, pero en cambio cuando sueñas no. Hay ocasiones en las que me veo y me pregunto ¿Pero qué estás diciendo?

Como si fueses un espectador 

Exactamente.

Porque al final tu actitud con respecto a la música tiene mucho que ver con tu actitud frente a la vida. Puede ser una relación pragmática o idealista, dependiendo de como seas…

Sí. Antes has dicho que tenías la sensación de defender algunas cosas más incluso de lo que pensabas que merecían, como reacción casi instintiva al desdén. Yo creo que finalmente es el resultado de querer proyectar esas canciones, cayendo a veces en el error del proselitismo, calificando algo como mejor de lo que realmente es. Aquí mismo han sonado hoy diez o quince canciones. Todas nos gustan, por supuesto, pero sucede que a veces estamos deseosos de toparnos con joyas, quién sabe si como modo de autojustificación.

Yo he asumido hace tiempo que juego en dos planos. Uno es el plano tienda, el profesional, que te frena muchas veces. Llega un momento en el que ves que no hay forma, en que, sin darles la razón, llegas a transigir. Incluso llegas a pensar, en un momento de lucidez, que debe de haber un término medio. En definitiva, que llegas a ser consciente de que estamos ebrios, enganchados. Aunque sepamos que eso es una cosa nimia, no podemos evitar verle algo… pero bueno, muchas veces un riff, una melodia, una sola nota, algo chocante ya es suficiente para que nos ponga, en ese ansía sin fin de buscar sensaciones.

Quiero creer que al menos somos conscientes ¿no te parece?. Aunque ¿Crees que es tanto buscar sensaciones como intentar revivir las que han sido?

También. Ambas cosas. Se trata de mantener tu status melómano.

¿Cómo una baliza que te mantenga en los límites de la cordura?

Posiblemente. Luego están los atenuantes. Cada día estás como estás. Te encuentras de una manera. Pero del mismo modo que intentas conseguir -o mantener- ese status a nivel económico, sentimental, etc, también lo quieres con esas sensaciones de las que estamos hablando. Buscas y buscas.

Me ocurre muchas veces. Cuando amigos o simples conocidos comprueban la cantidad de discos que acumulo, enseguida soy consciente de lo ven como mero afán acaparador. Y éso en el mejor de los casos. Tal vez algo de eso haya, evidentemente, pero yo prefiero verlo como veo al hipocondríaco que acumula en casa la mayor cantidad de medicamentos que puede y echa mano de ellos cuando nota el menor síntoma, siendo éstos los distintos estados del ánimo.

Yo quiero pensar que es así. Aunque también he de reconocer que hay veces que abro un cajón cualquiera, como éste mismo, en el que hay ciento y pico singles y soy consciente que un 60 o 70% no me dice nada hoy. Es así. Ni hoy ni a lo mejor nunca.¿Y por qué están ahí?. No lo sé. Por ejemplo, me voy a la estantería donde están los Lps de, no sé, los ochenta y me pregunto ¿Qué hago yo con ésto? ; Devo, DB’s, Cheepskates, Cramps, Cheap Trick….

A mi me ocurre también. Sobre todo con los Lps, en bastante mayor medida que con los singles. Supongo que debido a la fugacidad de éstos, al tamaño de la dosis.

Si, con los Lps siempre chaquetean más. Es tan difícil hacerlos bien. Aunque bueno, tambien es cierto que te acompañan, que no es poco.

No está mal. Al menos tenemos claro que el coleccionar, acumular discos es algo más que sólo música…

Sí. Supongo que directamente habría que entrar en terrenos freudianos, en el psicoanálisis. Desde muy temprano mi aspiración no ha sido tanto ser músico -al darme cuenta muy pronto que no valía ni valdría para eso- sino el conformarme con ser testigo, formar parte de ese mundo de alguna manera. Si no vales para hacer música lo mejor y más honesto que puedes hacer es intentar comprenderla. Explicarla, si puedes, también, pero sobre todo entenderla.

Que al final es un poco entenderte a ti mismo

Exacto. Al fin y al cabo la música habla de nosotros. Todos y cada uno de los tics que una canción tiene, lo que te propone o sugiere, a la postre son los tics de tu vida. Probablemente ésto que estamos hablando sea una bobada pero es que es así.

Cuando tu comenzaste me imagino que la situación era otra ¿Como eran las tiendas?

Por lo pronto más numerosas.

¿Valorabas ya entonces la «trascendencia», esa hipotética cotización que podían llegar a tener los discos?

No, no. En absoluto. De hecho muchas veces tenías que decidirte a comprarlos. Mira, cuando uno va a comprar cualquier cosa y esa cosa es barata suelen suceder dos cosas; No le das valor y por lo tanto no te enamoras de ella, al menos de entrada. Tiendes a pensar que si el vendedor lo ha puesto a ese precio no debe de ser muy buena. Así que si en aquel momento un Ep de -por decir alguien- los Kinks costaba quince pesetas ¿Por qué no me los llevé todos?. Pues porque eran baratos, porque ya tenías algún Lp original, algún recopilatorio con alguna de esas canciones. Y costaba dar ese paso, decirte adelante. Pillabas alguno y dejabas otros. Tenías que convencerte. Si lo hubiese visto con perspectiva, como hoy, pues me los habría llevado todos. De hecho si al vendedor le hubiese sucedido eso hubiese especulado, les hubiese puesto otro precio. Pero estamos hablando de inmediatez e impulsos. Muchos te dicen ahora «Joder, si yo hubiese vivido en aquella época»… Ya, vale. Tírate ahora. Porque ponte hace quince años a comprar singles españoles de sellos minúsculos. O a pillar singles de rumba. Sí, a un euro, da igual el precio. Eso es un poco lo que define a un coleccionista; la curiosidad, la osadia, la temeridad si puede llamarse así. El tiempo unas veces juega a favor y a la contra en otras. Siempre será así.

¿Cuál es la tienda en la que más has comprado?

Sinceramente en Oldies. Primero proque tenia una relación de amistad antes de surgir la profesional. Aunque claro eso fue a partir del 77, recién abiertos. Y hasta entonces, con mucha menos capacidad adquisitiva, pues supongo que en Viuda de Miguel Roca.

¿Dónde estaba?

Había varias. Era un emporio aquí en Valencia. La gorda estaba en el pasaje Ruzafa. Hoy ese lugar es cutre, pero entonces era el centro «in» de la ciudad a nivel musical. Era una chulada. Había un Club pequeño, muy coqueto, para gente bien, adinerada. Había también una librería estupenda -«Telio- con importación de libros pop. Estaba tambien Ramón Mercevirto, una tienda de electrodomésticos con sus discos a la venta…

Sí. A veces lo comento y algunos, más jóvenes, no me creen. Yo recuerdo en mi pueblo, bien entrados los 80, en la tienda de electrodomésticos ver discos, comprarlos. No muchos, una caja de singles y expositores de cassettes.

En todas las tiendas de electrodomésticos había. En todos los pueblo también. Entonces se vendían muchos discos. Recuerdo también la sensación de entrar a Viuda de Miguel Roca y ver las cabinas de escucha. No siempre te dejaban entrar. Eran, principalmente, para los clientes buenos. Nosotros cuando teníamos el dinero, íbamos tres o cuatro amigos y comprábamos un single por cabeza, así podíamos escucharlos, los tres o cuatro dentro de la cabina.

¿Y como ves este mundillo hoy en dia?

Obviamente mal. Muy mal. Éste es un negocio totalmente a la deriva. Yo creo qué, en términos estrictos de profesionalidad, ya no existe como tal. No sé si sabes que Universal ya ha adelantado que en un par de años van a dejar de fabricar CDs. A nuestros hijos no les importa el soporte, ni hablar en términos de sonido. Probablemente porque no hayan conocido otro.

Hombre, nuestros hijos, conocer, conocer, si que conocen…

Bueno, es una generalización. Pero bastante exacta. En general no les importa. No le dan valor. Queremos engañarnos pero la realidad es la que es. O consiguen regular y estabilizar el mercado o seguirá siendo territorio propicio para los cosarios esos,  Steve Jobs y similares. Qué por cierto, tiene narices que declarase que solo consumía música en vinilo. Luego va y se muere y es poco menos que un santo, ejemplo de no sé bien qué… Menos mal que el gordo ese de Megaupload tiene pinta de villano de comic…

Lo que quiero decir es que si establecen una reglas de juego que garanticen un mínimo de fair play, si logran una retribución a la creación artística justa supongo que la música pop no se acabará. Si no es así pinta pero que muy mal. La creatividad y el riesgo han desparecido. Aquellos que se aventuraban en este campo se han redirigido a otros más rentables y productivos. Lo que si creo que habrá siempre es un mercado vintage, residual pero estable, como lo hay en otros campos y otros géneros.

Han sido un par de horas en su casa que se han hecho cortas, disfrutando una vez más de su hospitalidad, de sus conocimientos y compañia. Espero que les parezcan tan interesantes y jugosas como a mi. Les advierto también que con una frecuencia más o menos bimensual, irán pasandose por ésta su casa «aficionados» a este juego, personas infectadas por este virus incurable.

 

 

OSCAR BROWN JR But i was cool

Cool I

Oscar Brown Jr. podría haber sido lo que hubiese querido. De hecho lo fue, aunque su elección recorriese caminos poco remunerativos, por polémicos, reivindicativos y desde luego bastante menos acomodaticios de lo conveniente. Nacido en 1927 y muerto en el 2005 fue -y en todos esos ámbitos viga maestra- cantante con clase, compositor incisivo, interprete polifacético y actor perspicaz.

Comenzó su carrera como escritor de letras para piezas clásicas de jazz inicialmente instrumentales, como el «Afro blue» de Mongo Santamaria o el «All blues» de Miles Davis. Cualquier intento en encasillarlo estaba abocado al fracaso. No se limitaba a interpretar las canciones sino que actuaba con ellas, agarrando a esta por sus partes y exprimiéndole todo el jugo que le fuese posible obtener. Algunos le achacaron una excesiva politización, como si eso no fuese otra cosa que una elegida actitud vital con la cual mostrar su realidad de manera efectiva, dirigiéndola al más amplio espectro de público posible. Bebió del gospel, del folk y del blues tanto como del jazz, y, definiéndose a si mismo -de manera tan honesta como humilde- de mero entertainer, era más, muchísimo más.

Decidió encaminar su talento como modo de celebrar su negritud y hacer visible el racismo imperante en la sociedad americana. A veces resultaba difuso ubicarlo, mezclándose el artista y el activista, aunque siempre, hasta en la proclama más sulfurosa, la musicalidad transpiraba por todos sus poros. Se empeñó en utilizar su don como método de cambiar las cosas y -estando o no de acuerdo- sería de cínicos negarle su coherencia y mostrarle nuestro respeto.

Cantaba como vivía; Conmovedor, agónico, exultante, tragicómico, frágil y duro como el pedernal, bien por separado o al mismo tiempo. Sus discos comenzaron siendo artefactos precisos, de relajada atmósfera, que concedían libertad a unos músicos por otra parte ya cómodos y tremendamente eficaces. Colaboró con los grandes (Clark Terry en «Tell it like it is», Quincy Jones en «Between heaven and hell», aunque en realidad el más grande siempre era él) y también con la profesional y diestra infanteria que conformaron esos músicos de estudio, aquellos que hicieron crecer el mito y la leyenda, cimentando la historia de la música afro americana.

Precursor avant-la-lettre de los discos conceptuales, si tomamos a estos no como peroratas hueras e inhóspitas, sino como obras construidas a partir de un hilo común. Una especie de Cole Porter del suburbio. En «Between heaven and hell» (CBS, 1962) una cara del disco describe el paraíso y la otra el infierno, de un modo ameno y terrenal, sin hurtarnos por ello la crudeza, con un swing y musicalidad tan excelso que nos remite a obras clásicas. Obviamente «Mr. kicks» es el emisario del diablo, «Un moderno Mefistófeles que resulta ser un tipo bastante popular entre vosotros los lunáticos». Sus canciones expresan todo el rango de los sentimientos y las emociones, sumergiéndose – como intérprete y compositor- en el papel hasta el tuétano. Viviendo y disfrutando su obra de manera clarividente.

Igualmente respetuoso con los clásicos, supo rendir homenajes que no fuesen mera mímesis respecto a los originales, sino que siendo reconocibles los trascendiesen dotándolos de un aura personal. Ese dificilísimo arte que consiste en conseguir que canciones de otros parezcan tuyas, apropiarse de ellas sin traicionarlas para, a partir de un modelo, elevarse sobre él. «In a new Mood» (CBS, 1963) se llamo esta nueva hazaña. Recreaciones de Duke Elington, Johnny Mercer y Harold Arlen, Nat King Cole o George & Ira Gerswhin entre otros. Acompañado de la orquesta de Al Cohn y con arreglos de Ralph Burns, cada una de las canciones encajaban perfectamente en él, refulgiendo su faceta de actor, al asumir un rol diferente casi en cada estrofa. Fraseos elegantes y sutiles que eludían el exhibicionismo y acentuaban la proximidad.

«Mis canciones comienzan cuando yo era un niño y vagaba entre los puestos callejeros que vendían cualquier objeto imaginable, escondiéndome, buscando y aprendiendo que otro mundo existía. Mi mundo era «Negro».  Ser negro no es siempre agradable, pero es un vigoroso ejercicio para el alma. Puede enriquecer al hombre y al artista. Las melodías que compongo surgen de ritmos, cantos, llamadas y gritos que siempre me han sido cantados. Mis textos son versos acerca de lo que siento y cosas que he vivido. Mi acierto es enviar mensajes, que acompañen y entretengan, con significado.

La música de tres de las canciones de este album -Work song, Sleepy y Dat dere- fueron compuestas por tres brillantes artistas del jazz, Nat Adderly, Bob Bryant y Bobby Timmons, respectivamente. Creo que esos tipos -y otros- son creadores de potenciales nuevos clásicos. Les estoy agradecido a cada uno de ellos por escribir esas melodías que me permiten encajar historias de una mayor dimensión a la que podrían haber alcanzado sin ellas.

Si las selecciones de este álbum te dicen algo no solo por el mero hecho de escucharlo, sino por su contenido, estaré más que satisfecho por haber logrado al menos un buen comienzo»

Hasta aquí lo que podríamos llamar su primera etapa, la era Columbia. Otro día hablaremos de sus dos discos para fontana (El directo «Oscar goes to Washington» y el formidable, dedicado a la Bossa, «Finding a new friend», a medias con su amigo Luis Henriquez). También su carrera en los setenta, con los hoy sorprendentes e infravalorados «Movin’ on» (Atlantic, 1972), «Fresh» (Atlantic, 1974) o «Brother where are you» (Atlantic, 1974), capaces de mirar a la cara a los discos de otro titán como Gil Scott Heron, ambos pilares de la música negra más militante sin por ello dejar de un lado la aspiración – y lograda meta- artística.

P.d. La playlist en mixcloud que incluyo en este hilo contiene canciones de los Lps «Sin and soul», «In a new mood»«Between heaven and hell»  y «Tell it like it is!», sus cuatro discos señeros de su etapa en Columbia, más algunas incluidas en los dos EPs franceses que poseo. Dejo para más adelante una hipotética segunda playlist con los discos de su etapa setentera, repletos de canciones de un calado sorprendente, por líricas a la par que comprometidas, rebosantes de groove y reflejo de ese nuevo tiempo.

 

O.V.N.I. / T.I.E.R.R.A

Escanear 173

Rescatado de uno de los cajones del Estudiodelsonidoesnob, (sección Extravagante, apartado séptimo arte) he aquí la adaptación hispana del ¿éxito? -menor en todo caso- de Solarion, otro más de los Exploitos tan habituales en los años setenta del siglo pasado. Un producto de estudio que pretendía, una vez más, combinar la actualidad (en este caso la aventura espacial y la posible vida extraterrestre) con los ritmos musicales del momento y alcanzar así jugosos réditos comerciales instantáneos.

Más bien narrado este Ovni, en su versión española, que cantado -para entendernos, lo que los guiris llamarían spoken words y nosotros recitados– por ese actor de fuste, secundario impecable, al que todos recordamos con sólo escuchar su voz o ver su rostro y al que la gran mayoría dificilmente podría ponerle nombre. Estoy hablando de mi paisano, Antonio Iranzo.
Lo que se conocía como actor de carácter o secundario, con una trayectoria iniciada en el teatro en la compañía de Nuria Espert. Íntimo amigo de Marsillach, Antonio Iranzo intervino, generalmente como secundario, en numerosas películas (Los placeres ocultos de Eloy De la Iglesia, Inquisición de Paul Naschy, ¿Quién puede matar a un niño? de Chicho Ibañez Serrador, Los Pájaros de Badén Badén y Los Días del pasado de Camus …) y en numerosas serie de televisión. Su voz ronca y su aspecto un tanto patibulario daban tanto de villano, de paisano o de perdedor. Nunca, obvio es, de galán o protagonista.

El cómo se prestó a intervenir en este asunto fonográfico es algo que desconozco. Supongo que su voz penetrante y su impecable dicción, junto tal vez a los sueños inherentes en cambiar su devenir secundario y, sobre todo, el rédito económico, obrarían el milagro. Recuerden que en la época desde Sancho Gracia a Fernando Fernán Gómez, pasando por Paco Rabal, Alberto Closas o Manuel Galiana y tantos otros cometieron los mismos pecados. De quién le propuso tal audacia y le prometió trascendencia tampoco nada sé. Da un poco igual, nos queda esta rodaja a 45 rpm qué, junto a lo extraño de todo, nos muestra el enésimo capítulo de una época bastante más arriesgada y, por supuesto, infinitamente más ingenua. Lo que no sabría decirles si más o menos divertida que la actual -basta con escuchar su cara B,  «T.i.e.r.r.a.» , por Nene Morales, una cosa de no dar crédito, extravaganza en estado puro, glorioso fruto del Mundo atónito.

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JESS & JAMES Revolución, evolución, cambio.

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 Aunque hace unos años, en la época de las vacas gordas (sí, también hubo una burbuja, enorme, en el mundo del disco de vinilo de colección ) se les intentó incluir en ese epígrafe tan rentable denominado psicodelia, lo de Jess & James (née Antonio y Fernando Lameirinhas) era, al menos de cara al gran público, calificado como robusto -incluso a veces como rupestre- soul de reminiscencias Stax. Una sólida base instrumental, de sudoroso ritmo y antagónica resolución vocal, unas veces con ortopédico encanto y otras orgullosamente expansivo, pero siempre, a mi modesto entender, más refinado de lo convenido. 

Nacidos en Oporto y emigrados en su adolescencia, a finales de los años 50, a Charleroi junto con su familia, huyendo de la dictadura de Salazar, pronto muestran una indisimulable destreza musical. Con el nom de guerre de Wando y Tony Lam, en 1964 graban su primer sencillo como The Modes y de inmediato saltan a Inglaterra como músicos de sesión. Inoculado allí el virús soul al año siguiente retornan a Bélgica y bautizados ya definitivamente como Jess & James captán la atención de Jacques Kluger, capo del sello Palette, con el que firman contrato y les edita su primer disco, el ep que contiene «The end of me». No será hasta su tercero, «Move», cuando la cosa pete de verdad. Mientras tanto las formaciones van variando. Originalmente los dos hermanos cuentan con el saxofonista Ralph Benatar (responsable de los deliciosos -y cotizados- exploitos o discos de estudio Chakachas y el Chicles y pronto sustituido por un tal Titinne), el baterista Stu Martin (quién los abandona tempranamente siendo sustituido por Garcia Morales, aunque volvería a colaborar con ellos más tarde en ese ovni soberbio bautizado The Free Pop Electronic Concept, proyecto que merece post propio, una melangé de riffs poderosos, fuzz ululante, efectos de estudio a cascoporro -phasing, reverb, eco, etecé-, electrónica, baterías tribales y cualquier cosa que se les ocurriese) más el organista Guido y el trompetista Douglas Lucas. Hasta finales de 1968 esta formación es más o menos estable. Será a partir de ese año, con el éxito y las obligaciones, cuando la banda se rompe incorporándose numerosos músicos, sin mantener formación estable, hasta acabar conviertiéndose en un quinteto más o menos definitivo a principios de 1969; Ellos dos, el órganista Scott Bradford, la vuelta del batería Stu Martin y la incorporación del guitarrista Phil Rosenberg.

Cantan en inglés (aunque en España, distribuidos por Belter, publicarán en sencillo versiones en castellano de alguno de sus éxitos) y el sonido, con la banda de acompañamiento, los impecables J&Js como una especie de trasunto de los JBs de James Brown, o, por qué no, de nuestros Pekenikes, llega a ser espectacular. Una máquina de soul perfectamente ajustada, capaz no ya de reproducir sino de trascender a su modelo.

Tras dos años de locura finalmente se separan y Wando y Tony Lam se establecen en España como una especie de retiro dorado. Mantienen su éxito y giran a menudo, llegando, en 1972, a formar parte de los Canarios como bajista y guitarrista.

Este «Revolution, evolution, change» (Belter, B 7217, 1969) es un disco con sorpresas. Sorpresas al menos para todo aquel que haya categorizado a Jess & James dentro de aquello que hicieron tan bien y por lo que fueron populares. Porque sí, tiene robusto Soul a-lá-Stax («I want to be free») boogaloo hammond soul («Hey baby listen») y el hit pertinente («Change») pero tambien muchas más cosas. Divertidas y elegantes veleidades northern («You can’t cry everyday»), lustroso blue eyed soul en «Is there anything you love?» o bossa de perfecta delicadeza en «Wonder», con sus arreglos de piano y sus vientos contenidos. Hay también Popsike sicodélico deconstruido con innovadora y atrevida producción. Una producción plagada de phasing y efectos de voces en «Julie’s doll» o ya directamente psicodelia circa «Strawberry fields forever» en «The Question», una canción en verdad imponente, de polisémica lectura; Evocadoras cuerdas tejiendo capas, combinadas con la tenue flauta, una batería perezosa simplemente dedicada a mantener el beat y el arpegio de guitarra acompañando. Los coros tratados, espectrales, implorantes, aunados con los vientos que sujetan como si fuese un marco abrigando a un rostro desamparado…. y vuelta a empezar, hasta terminar con la maravillosa coda «…Is it me, is it you, is it me, is it you….».

Sumémosle accesible y etereo soul pop con un laid back Costa Oeste en «I’ll quit you», homenajes a su folklore natal en «Fado», donde tratan la tradición de una manera similar a la que los Pekenikes pudieron hacer con el acervo hispano; un pie aquí y otro allí, melancolía y saudade entremezclados con la modernidad, todo ello sin hacer de menos a ninguno de las dos caras de la misma moneda.

Una, otra más de las cosas que uno aprende y conoce día tras día. Uno, otro más de los motivos por los que quién escribe, en su ingenuidad, lamenta no tener varias vidas. Conocer, disfrutar, compartir.

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THE BOX TOPS Sandman

 

 

Una canción perfecta. Tremenda. Escrita por Wayne Carson Thompson. Producida por, hagan el favor de descubrirse, Dan Penn.

Es 1968 y hay algo en el aire. Psicodelia ligera, extraña, morosa incluso. Diríase que hasta la rutina es lisérgica. El pedal fuzz como marchamo de elegancia, agazapado pero siempre presente, mutando durante menos de tres minutos en el icono de la melancolía. Gary Telley dándole amplitud (aunque bien pudo haber sido Reggie Young o el mismísimo Bobby Womack, cualquiera de los guitarristas del American Sound Studio en realidad, no lo sé), cosiendo de arriba a abajo una balada clásica. Una balada decorada con los arreglos de cuerda y viento, sus coros mitigando o exacerbando el dolor, como en una montaña rusa de feria de pueblo, lanceada por un órgano que le otorga verdad. Ya se ha dicho, el American Sound Studio a todo trapo, pletórico.

Y claro, la guinda, el signo de distinción; una voz increíble. Tierna y cruda, capaz de describir los estados del alma, todo el rango de sentimientos que le suceden al ser humano. Impropia de un crío de 17 años.

Redefiniendo el hoy trillado concepto de lo cool. Sin ni siquiera pretenderlo, por supuesto. A día de hoy sigue maravillándome su absoluta perfección.

 

…There was a time, i knew my mind, and needed nobody else,
as strong as stone I stood alone, depending only on myself,
and suddenly my eyes fell on you,
and with a smile you conquered me.

I became a sandman, crumbling in your hands, just like a sandman,
You turned me into sand, i’m a sandman but stone in love with you.

No ties to bind, the wondering kind, i was a rolling stone.
My only friend, the restless wind, my only debt was my own.
And then with a word you blew my mind
and you touched me, with your eyes.

I became a sandman, crumbling in your hands, just like a sandman,
You turned me into sand, i’m a sandman but stone in love with you…