APOLOGIA SINFÓNICA DEL TERROR por WALDO DE LOS RIOS

 
 
  Muchas veces por azar y otras muchas por talento, en otras -las menos- por una combinación de ambas cosas, suceden mutaciones que nos parecen únicas, casi imposibles. ¿Quién puede matar a un niño? (Narciso Ibáñez Serrador, 1976) es una de ellas. Basada en la novela de Juan José Plans El Juego de los niños, su punto de partida es aparentemente sencillo e inane: Una joven pareja inglesa –Lewis Fiander y Prunella Ransome– de vacaciones en España, viajan a una isla (cuya localización realmente es, casi en la totalidad de la película, la de un pueblo Toledano llamado Ciruelos, más algunas escenas en Sitges) sorprendentemente habitada únicamente por niños, sin rastro alguno de adultos y donde comienzan a ocurrir sucesos inexplicables.
 Rodada sin muchos medios, casi como el pago de una deuda moral hacia alguien triunfante en Televisión Española (siete años después de su primera película, la exitosa «La residencia» de 1969), «¿Quién puede matar a un niño?«, demasiado dura y sutil para un país ya de por sí durísimo y basto, tuvo notable repercusión en Italia e incluso premios en el Festival de cine fantástico de Avoriaz. En los Estados Unidos (donde se tituló «Island of the dead» o «Island of the damned») fue de inmediato film de culto e incluso Tarantino la suele citar a menudo entre sus favoritas. Contrariamente a lo habitual en este tipo de películas ha envejecido muy bien, llegando incluso a perdonársele ese prólogo un tanto justificativo y redundante de algo que hubiese estado mucho mejor tomando cuerpo poco a poco en nuestro subconsciente.
 
 
 Pasemos ya a lo que nos (me) ocupa, su música. Si antes hablábamos de mutaciones, qué decir de la banda sonora. Mientras ejercía de arreglista y orquestador para Hispavox, Waldo de los Rios aspiraba a algo más que a ser la mano derecha de Rafael Trabuchelli. Algo, aún no se sabía bien qué, estaba creciendo en su interior. Una anomalía sorprendente, un ovni, no solo entre la producción nacional sino incluso entre la europea. Con ciertas similitudes aquí y allá con las ingentes y brillantes producciones italianas de la época (Guiliano Sorgini, Ennio Morricone, Marcello Giombini) pero apuntalada en los clásicos centro europeos y la música concreta a la vez que deudora de las partituras de los genios del terror gótico moderno («Bunny lake is missing» de Paul Glass, «Night of the hunter» de Walter Schuman) e incluso atenta a las nuevas fórmulas y talentos importados a Hollywood desde Europa del este («Rosemary’s baby» de Kristof Komeda). En definitiva, en «¿Quién puede matar a un niño?» Waldo de los Ríos (nacido Osvaldo Nicolás Ferrara) crea, inventa y ejecuta una partitura que cobra vida propia partiendo de cierto manierismo tenebroso y atormentado que en él será característico.
 
 
 
  Junto a soluciones imaginativas – los coros infantiles que abren, cierran y recorren todo el disco- quizás tomadas prestados de los maestros arriba mencionados, que confieren y anuncian el antagónico tinte oscuro a la presunta inocencia infantil, aparece un abigarrado y barroco conglomerado instrumental  -órganos, Moog, Arpas, Sintetizadores analógicos, Timbales, Clavicordios, vientos, juntos y bien revueltos- en perfecto encaje con lo mostrado en pantalla. De hecho su partitura resulta ser casi más un catálogo de paranoias propias que un mero acompañamiento a las imágenes. Una obra donde se vislumbra la relación edípica, casi vampírica, con su madre. Su constante sensación de vacío ante el fracaso, la insatisfacción ante su obra y al parecer también ante su vida. La falta de descendencia, su tormentosa relación con Isabel Pisano, la homosexualidad latente, real y no aceptada, que acabaría poco después en suicidio. 
 
 ¿Quién puede matar a un niño? es afortunadamente una de las pocas obras de su compositor publicadas y editadas comme il faut, en tiempo y forma, aunque en una edición cortísima, hoy prácticamente invisible y muy codiciada por los coleccionistas, en el sello Hispavox. Conviene recordar que de la anterior película, «La residencia» tan solo se publicó un single o que de sus maravillosas partituras para «Historias para no dormir» no queda vestigio discográfico alguno, más allá los DVDs de la serie. Imperdonable.
 
 
 Y sí, se podrá decir que es una mala banda sonora. Porque no acompaña sino trasciende. Porque no ilustra sino oscurece. Pero también habrá sin duda que señalar, siendo justos, que «¿Quién puede matar a un niño?« llevaba implícita en el autor de su música la respuesta al título; Waldo de los Ríos, otro niño de tan solo 43 años. Tan turbio, ingenuo y atormentado como los de la citada película.